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María José Pou

iPou 3.0

Eppur si muove

A los científicos que conozco les resulta difícil tratar con políticos. Los científicos pretenden conocer la realidad y explicarla; los políticos, en cambio, quieren cambiarla y, muchas veces, ajustarla a su interés. Es la relación con la verdad lo que distancia a ambos colectivos. Unos veneran la verdad, aunque sus errores se cuenten por miles y hayan ofrecido una imagen falsa durante siglos. Su modus operandi, precisamente, da por hecho que son falibles y que, más adelante, desvelarán lo que ellos no pudieron. Los otros se creen capaces de modificar el mundo real con las palabras, los decretos y las imposiciones, y reconocen errores pero solo cuando no pueden negarlos más.

Sin duda, ninguno de esos procesos queda libre de contagio y a veces podemos encontrar a un científico financiado por un sector con intereses en sus resultados, que curiosamente afirman aquello que beneficia a sus mecenas. Pero son los menos. La mayoría aplica metodologías que minimizan el error y exponen cuál es el margen de fiabilidad de sus conclusiones. Los políticos, en cambio, siguen un proceso inverso; para ellos, el error es aquello que no proporciona votos, no que se aleja de la verdad, y su actuación rara vez es ajena a un conjunto de intereses creados. Por eso cuando científicos y políticos no coinciden, sale perdiendo la verdad. Los primeros pueden defender lo que creen que es la realidad pero no tienen medidas de fuerza para hacerlo. Salvo la Razón. Los segundos las tienen todas. Y ejercen. Incluso contra toda lógica.

En esa distinta relación con la verdad cabe entender lo que vivimos aquí con la lengua de los valencianos. Podremos cambiar su definición pero la realidad será la que es. Podrán venir los políticos de uno u otro signo a imponer su criterio y a perseguir a quienes no lo compartan pero la ciencia seguirá exponiendo la verdad que ha hallado en su estudio. Podrán seguir engañándonos confundiendo intencionalmente los métodos de llegar a una conclusión en la democracia y en la ciencia pero hace mucho que descubrimos el truco del ilusionista. Para reconocer el error hay que ir a los clásicos. El amparo de la mayoría es confundido en el plano de la ciencia y de la opinión, de la episteme y de la doxà, que diría Platón. Lo que es válido para la decisión sobre lo opinable se pretende trasladar también a lo científico. Pero la mayoría no decide la verdad. Es opinable qué partido es mejor en el gobierno y por eso lo elegimos votando, pero la realidad no lo es. Poco importa que muchos digan que el sol gira alrededor de la Tierra. O que se imponga por decreto y se le niegue el pan, la sal y la subvención a quien contradiga a Ptolomeo. Si no tiene razón, habrá algún Galileo que musite entre dientes “eppur si muove”. Lo grave en nuestro caso es que se nos siga enfrentando con el vecino por un puñado de votos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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