No pude evitar dar un respingo cuando el teniente general jefe del cuartel general terrestre de alta disponibilidad de la OTAN en Bétera, Rafael Comas, indicó que Noruega había implantado el servicio militar obligatorio para mujeres. De pronto me visualicé haciendo imaginarias o prácticas de tiro, yo, que, si puedo, ahuyento a los bichos en vez de matarlos. No creo que llevara demasiado bien hacerlo y mucho menos el uniforme caqui que –sospecho- me sentaría fatal. Luego me di cuenta de que Noruega había tomado esa decisión no tanto por ampliar la dotación militar como por conseguir la igualdad de géneros en un ejército que todavía tiene servicio militar obligatorio masculino. En España, hoy, resulta impensable un retroceso de esas características. Ni para mujeres ni para hombres. Entiendo que un militar lo encuentre adecuado. ¿Qué va a pensar quien dedica su vida a ello? Sencillamente, que es un gran honor servir a la Patria y, por tanto, que debe recomendarlo a todos. Si para él es la mejor tarea del mundo ¿cómo no va a considerar pertinente que los demás puedan conocerla e incluso disfrutarla? Sin embargo, también es una actividad muy vocacional que no puede imponerse en el siglo XXI. O no debería. La profesionalización del Ejército español es una de las decisiones que cabe agradecer a Aznar. Otra cosa es una formación en Defensa planteada de un modo distinto a la tradicional. No comparto esa añoranza de la camaradería que se creaba entre los chavales que hacían la mili. Hoy hay decenas de maneras de lograr lo mismo. Tampoco parece necesario pasar por allí para adquirir las destrezas de leer, escribir, sumar o multiplicar como antaño. Hace décadas, para muchos, era la única forma de alcanzar ciertos conocimientos pero hoy la educación ha avanzado lo suficiente como para que no haya que plantearlo. Y, por último, esa convivencia con gentes de otros lugares, en un mundo globalizado, no necesita de un cuartel. Es mucho más eficaz un festival de música en verano que la “mili”.
Frente a todo eso, sí parece sensato que los más jóvenes conozcan las bases de la Defensa nacional y que adquieran cierto compromiso con su tierra. Puede plantearse pues un servicio social, comunitario o como se le quiera llamar que suponga lo que de verdad significa la defensa de la Patria, esto es, arrimar el hombro para construirla y defender lo logrado entre todos. Para contribuir al bien común. Tal vez eso no pase por manejar un cetme pero sí por conocer cuáles son los peligros a los que nos exponemos y cómo responder a ellos, se llamen ISIS o mafia rusa. Para eso hace falta un buen programa de formación y el diseño de un adecuado sistema de divulgación para evitar el rechazo. En definitiva, un cambio de enfoque, muy coordinado, diseñado con cuidado y, por encima de todo, enfocado a nuestro tiempo, no a los años 60.