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María José Pou

iPou 3.0

El niño espía

El problema del “pequeño Nicolás” es su edad y su cara de inmaduro barbilampiño. Si fuera un tipo de 50, hecho y derecho, podríamos estar todos temblando. Con sus facciones de muñequito de tarta de Primera Comunión es difícil imaginarle en las tareas que dice haber asumido por encargo de la Casa Real, el CNI o la Vicepresidencia del Gobierno. Es lo que debió de pensar la jueza que le escuchó cuando dijo aquello de “esta instructora no acierta a comprender cómo un joven de 20 años, con su mera palabrería” no alertó a nadie. Y lo peor que hizo fue prestarse a una entrevista televisiva. En prensa se puede disimular mejor aunque a un periodista avezado es difícil confundirle. Pero en televisión, en directo, se le ve mirar, contestar, dudar o callar. Sus respuestas no eran claras. Y no lo digo solo por la falta de datos concretos sino por la forma de construirlas. No iba directo al sí o al no sino que posponía su respuesta dando rodeos y usando circunloquios. Es una técnica que dilata la contestación de forma que se puede pensar mejor la respuesta. Junto a eso había otro detalle significativo en sus referencias al grado de confianza que le tenían los personajes famosos mencionados en la entrevista. No es lo mismo decir que su cumpleaños lo celebró en el ático de Ignacio González a decir que, estando allí, le sacaron una tartita porque era su cumpleaños. Eso parece indicar un problema de interpretación de la realidad en la mente de este chaval que transforma un gesto irrelevante en una demostración de complicidad. Decir que Aznar le pidió que le llamara José no demuestra nada, pues puede ser el típico detalle sin consecuencias de un líder para con un joven de Nuevas Generaciones. Colegir de ahí que es íntimo de Aznar es sencillamente delirante. Tampoco aclara nada que presente un email de la Casa Real o un mensaje telefónico del rey cuando son tan fáciles de manipular. Por ejemplo existe una aplicación de móvil que permite crear conversaciones de Whatsapp falsas y hacer capturas como la que dice tener del agradecimiento del rey (alias JC) el día de su abdicación. Todo ello sería divertido si no estuviéramos ante un chaval con un importante trastorno psicológico.

Sin embargo, hay algo inquietante en todo esto. Lanzado el bulo de una conspiración nacional, la negación de sus palabras por parte de las instituciones implicadas solo alimenta la sospecha. No pueden afirmarlo, por razones obvias, pero tampoco negarlo. Si fuera, pues, un tipo duro y no un crío podría provocar fácilmente un terremoto en la escena pública. Eso es lo que ha venido a demostrar el niño que juega a los espías. Por eso solo baja la guardia cuando habla de su detención y reconoce pasarlo mal por no ir al baño en cuatro horas. Es lo único real de su relato. Lo demás es una quimera, pero él la cuenta con aplomo. Porque se la cree.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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