La utilidad es un concepto que cada vez me interesa menos. Quienes leemos poesía, aprendemos solfeo o mejoramos nuestro latín en los ratos libres no sabemos qué cosa sea eso de “la utilidad”. Lo práctico está en las antípodas de lo espiritual por mucho que algunos intenten convencernos de que la meditación es útil para eliminar el estrés. Es cierto que ayuda pero no es una cápsula que tomar y lograr el beneficio de inmediato. El bienestar interior se construye con tiempo, persistencia y mucha disciplina. La meditación, pues, resulta conveniente, que no es lo mismo que útil.
Por eso cuando vi que Pablo Iglesias consideraba a Francisco “un papa útil para los de abajo” me pareció muy impropia la calificación. O preocupante. En términos prácticos, Jesucristo no resultó nada “útil”. Lo mataron. Pocas cosas hay más inútiles que un líder carismático eliminado por el poder. Al contrario. Despierta expectativas a las que no logra responder. Y eso debió de ser lo que sintieron muchos en el siglo I. El propio Iglesias lo hubiera vivido igual, seguramente. Como un fracaso. Espero, pues, que Francisco no se plantee su pontificado en esos términos. Un papa no ha de ser útil a ninguna propuesta movilizadora ni revolucionaria. Sí como instrumento del Altísimo, aunque imagino que ese no entra en los planes de Pablo Iglesias. A lo que se refiere el líder de Podemos, seguramente, es a la capacidad del papa por llevar la voz de los sin voz a un parlamento plurinacional. Ahí es donde el de la coleta se sentía próximo y aplaudía a rabiar, excepto cuando esos “sin voz” eran seres no nacidos. En ese punto, el papa será útil para la derecha, vinieron a decir otros como Marina Albiol e Izquierda Plural que se salieron del hemiciclo como señal de protesta.
Lo peligroso de ese aplauso es que sea tomado por algunos, incluido el propio papa, como una lisonja complaciente. A Jesús le aplaudían los pobres y le perseguían los poderosos. Los mismos que ayer agasajaron al papa. Y el riesgo latente es confundir el aplauso de la opinión pública con el reconocimiento de la gente sencilla, que no es la de las tertulias. Reconocía ayer Pablo Iglesias “la valentía de Jorge Bergoglio, capaz de decir algunas cosas que cuando decimos nosotros se nos acusa de populistas”. Olvida Iglesias que un papa no está inmunizado contra el populismo y la línea entre la orientación para el bien común y el sermón mediáticamente impecable es demasiado fina. Las corrientes populistas están infiltrándose en todos los discursos públicos. No hay más que ver las propuestas socialistas de las últimas horas. ¿Quién dice que un papa no puede caer en la tentación del aplauso público? La acusación de la que se queja Iglesias no es solo por la fuente sino por lo que dice. Sea Podemos o Francisco. La diferencia es que al papa no se le exige un plan de acción.