Vuelven las fronteras a la Unión Europea. De aceptarse lo que ayer propuso el primer ministro británico, David Cameron, la Unión se enfrentaría a un elemento más disolvente que los remilgos presupuestarios de unos y otros o las discrepancias endémicas en política exterior. Se trata de someter a los inmigrantes de la propia Europa a un plazo límite para encontrar trabajo y no vivir, así, de las ayudas sociales. Para Cameron, el Reino Unido debe obligar a cualquier inmigrante a lograrlo en seis meses; de lo contrario, las autoridades podrán expulsarlo. Las fronteras europeas, pues, no son físicas ni requieren de visados para traspasarlas sino que son de otro tipo, mucho más duro y más difícil de superar. Son los recursos los que hacen crecer entre los europeos muros y barreras. Ningún país, sometido a las restricciones que impone la crisis, quiere mantener a más pobres de los estrictamente necesarios. Por eso se afanan en colocar mosquiteras en todas las puertas y ventanas no sea que se cuele algún parásito mientras duermen. De pronto olvidan que muchos de entre los suyos también han salido al exterior con la esperanza de encontrar un futuro mejor. Así, de funcionar la medida en todos los países, tampoco podrán entrar ni lejos ni en casa y quedarán, tal vez, en un limbo común hacia el que nadie quiere mirar.
Es cierto que el discurso de Cameron tiene una finalidad, las elecciones del año que viene y la existencia de un partido populista que construye su programa contra la propia Europa. Sin embargo, no es la primera vez que vemos propuestas parecidas ni es el único país que se plantea medidas de ese tipo. Es muy posible que el nuevo “Estado del Bienestar” lo sea para algunos, si es que no lo es ya. Es verdad que todo gobierno debe evitar el abuso en las prestaciones sociales y tal vez una forma de hacerlo sea ésta, no por la medida en sí sino por el anuncio, capaz de ejercer un efecto disuasorio entre quienes pretenden llegar al Reino Unido para disfrutar de unas garantías que no tienen en sus países. Sin embargo, la dinámica es peligrosa. Supone dinamitar desde dentro la Unión ya de por sí bastante vapuleada en los últimos años y además hacerlo por intereses electoralistas. Esa vinculación entre discursos localistas y convocatorias electorales con partidos populistas que marcan el ritmo es un caldo de cultivo preocupante para las derivas xenófobas explícitas o integradas en programas restrictivos. España no es ajena a ese problema aunque aquí el populismo se preocupe más de establecer fronteras internas. En cualquier caso, la clave es no aceptar que se eleve el tono solo por contrarrestar al enemigo más fuerte en la opinión pública. Las promesas efectistas hacia la galería son siempre peligrosas: porque se cumplen o porque suben el listón de todos los demás. La única esperanza es no creerlas.