El comienzo fue emocionante. La Gala de los Goya de este año empezó fuerte con un número musical en el que las voces de Ana Belén, Lolita y el “cantaor” Poveda disimularon las de quienes no están llamados por la senda de la música coral. Un número que culminó con la canción “Resistiré” del Dúo Dinámico, cantada con solemnidad, por un grupo de actores. Era el guiño político de una gala que pretendía firmar una tregua con el gobierno, después de varios años de canción- protesta, y con la presencia recuperada del ministro. Con ese grito de fuerza, autoestima y resistencia ante la adversidad transcurrieron las cuatro horas de espectáculo, sin más referencias que alguna broma del presentador y una bofetada verbal de Almodóvar al ministro Wert. Se puede decir, pues, que ese primer alegato fue casi el único mensaje político hacia las autoridades en una noche que había dejado sonoras expresiones, declaraciones de principios y hasta exabruptos en ediciones anteriores. Y ahí reside su interés.
Fue un número pensado para poner la piel de gallina al espectador, como el final de un renovado Víctor Hugo haciendo cantar a sus miserables que luchan contra una pobreza impuesta y una injusticia imposible de doblegar. Pero los actores no son parias aunque su supervivencia sea difícil en ocasiones. Son parte de los trabajadores sufrientes de este país. Resistir es lo que viene haciendo el español medio desde 2008. Sin ayudas, sin subvenciones y sin dejar de pelear. Resistir es lo que hacen los autónomos que aún perviven; los pequeños comercios que han aguantado el Diluvio universal aferrados a una tabla en medio del océano o los trabajadores a tiempo parcial que viven trampeando desde que un director de recursos humanos les diera las gracias y el finiquito. Este país está resistiendo sin llorar a cada paso, con impuestos cobrados por el Estado antes de ser percibidos por el titular y sin ayudas a la producción salvo en sectores estratégicos. No es, por tanto, especialmente heroico lo que hace el mundo del cine. Que se lo digan a las pequeñas editoriales, que ven cómo la Ford recibe más apoyo institucional que ellas. Ellas no salvan un país. Salvan su cultura. Es lo que vino a decir el presidente de la Academia con su petición de bajar el IVA cultural. Quizás no saben pedirlo. No se trata de un capricho de titiriteros pero a veces parece que sí porque ellos son demasiado autorreferenciales. El IVA cultural hace que llenar los teatros sea complicado, que para comprar un libro haya que ahorrar o que resistir la tentación de descargar contenidos ilegales sea un acto de fe. De fe en la creación y en sus derechos. Es justa su petición pero inaceptables algunos modos de exponerla. No es por su bien ni por oponerse a un gobierno conservador. Es en nuestro nombre y ante cualquier autoridad. Así, resistir sí es legítimo.