Será cosa de la casta o de que hay algo de verdad en todo esto pero me produce curiosidad ver a la izquierda de toda la vida criticando a los Podemos. El otro día, lo hizo Cayo Lara sin ir más lejos. Que lo haga Esperanza Aguirre o María Dolores de Cospedal resulta razonable, previsible y hasta deseable. Sin embargo, escuchar a quienes comparten un sustrato común y, en apariencia, un discurso similar de redistribución de la riqueza y de justicia social es cuanto menos chocante. Acusaba el otro día Cayo Lara a Pablo Iglesias de tener los mismos principios de Groucho Marx. Es aquello de “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. En el fondo lo que flotaba en el ambiente era la rabia por esa “OPA hostil” que dice estar sufriendo la coalición por parte del nuevo partido.
Es lógico que un comunista de toda la vida tenga autoridad y criterio para decirle a un rojeras barbilampiño recién llegado al ruedo que si alguien sabe quedarse en sus principios es él. En efecto. Aún está en el principio de la cosa y no ha llegado ni a gobernar ni a mejorar notablemente. Con lo que ha caído en este continente y en el globo terráqueo, mantenerse en el comunismo ancestral es tener principios. De trilobites, aproximadamente. O sea, carencia al inicio de la Historia. No se le puede negar fidelidad a “nuestros ancestros”, aunque sí poco sentido de la realidad en ocasiones.
Yo me siento muy enternecida por esos viejos camaradas a quienes ha hecho el sorpasso el niño de la coleta. Con ellos aún conservo la esperanza de que su lucha busque el bien de los desfavorecidos. Algún ERE y algún que otro golpe de realidad me despiertan del sueño cuando me confío demasiado, pero siempre he pensado que los comunistas come il faut y sinceros de corazón sí lo han pretendido durante décadas aunque frecuentemente de un modo equivocado. Sin embargo, con algunos de nuevo cuño y con los chicos anticasta todavía tengo la sensación de que quieren la riqueza para “los buenos” y eso es radicalmente distinto. Defender a los pobres es una cosa. Defender a los nuestros es otra. Y no es equiparable. Lo primero significa dar voz a los sin voz aunque discrepen de mí. Lo segundo es exigir fidelidad para ser considerado digno de ayuda. Eso es lo que está pasando en Corea, en Cuba o en Venezuela, por mucho que algunos se empeñen en negarlo. La grandeza de la democracia, la de verdad, es que el elegido pase de ser portavoz de unos para gobernar y representar a todos. Ya sé que suena utópico y que en los últimos años nos han dado motivos de peso para sospechar, pero aún confío en que el buen político responsa a esa premisa. Eso no acabo de verlo en Podemos. También es verdad que me cuesta encontrarlo en los demás pero al menos estos no van dando lecciones de representatividad más allá de la que otorga la ley, la costumbre y la casta.