Los rifirrafes entre andaluces y catalanes no son nuevos. Los más recientes son el de Josep Antoni Duran i Lleida reprochando a los andaluces una indolencia alimentada con subvenciones, y, hace apenas unas horas, el del presidente del PP en Cádiz negándose a ser presidido por un partido catalán (Ciutadans) que comanda alguien de nombre Albert. Así de contundente se manifestó un político que pertenece a un partido dirigido desde Madrid. Al parecer esa dependencia es menos peligrosa que la catalana. Es cierto que hay comportamientos de algunos políticos nacionalistas (no solo de Cataluña) que dan por hecho la superioridad moral de su tierra respecto al resto de España. Bien lo sabemos aquí en Valencia donde hemos sufrido miradas del Principado por encima del hombro e intentos por asimilarnos a un contexto y desgajarnos de otro contra nuestra voluntad.
Sin embargo, más allá de esos extremismos, no deberíamos tener más recelo hacia Albert que hacia Patxi o Adolfo. Cuando el presidente es gallego o andaluz pero tiene visión de Estado, poco importa su lugar de nacimiento. Por el contrario, llamarse Pelayo y querer convertir a la fe nacionalista a todos los ciudadanos de la España periférica es más perjudicial que lo primero.
Una cosa es rechazar la interferencia y otra, muy distinta, alimentar la enemistad entre españoles. Y eso es a lo que podemos estar asistiendo sin apenas concederle importancia. Esos comentarios son semillas de un enfrentamiento inaceptable. Sobre todo cuando se ceban con distorsiones de la realidad, como ese tópico del andaluz vago e irresponsable o del catalán avasallador. Ya sé que todo responde a una campaña a cara de perro en Andalucía y que el PP quiere desmarcarse de Ciudadanos por miedo a que le robe votos. Sin embargo, acusar veladamente a ese partido de nacionalista suena a broma. Precisamente cuando se trata de una formación que ha crecido defendiendo a España en un entorno de exacerbación del soberanismo localista. Pretender, así, confundir al electorado andaluz presentando a Albert Rivera como un refinado Oriol Junqueras refuerza el estereotipo de la manera más burda. Además, con la habilidad de Rivera, esas declaraciones solo han conseguido reafirmarle. El líder de Ciutadans que hace poco ya destacó por su rapidez de reflejos colgando una foto de Naranjito en su Twitter a raíz del apelativo que le dedicó el portavoz del PP en el Congreso, tardó poco en responder. Recordó que Cataluña es España y que estaría feo que ese político del PP se comportara como Artur Mas. La réplica no puede ser más demoledora. Defender la tierra de uno echando de ella a los de fuera es precisamente lo que hace el nacionalismo extremista, como hemos visto con el exilio vasco. Quizás lo que necesita España es que un presidente se llame Albert, Eduard o Miquel. O mejor, Empar, Llúcia o Dolors.