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María José Pou

iPou 3.0

La identidad

Pocas personas aceptan de buen grado que les quieran imponer, como propios, los rasgos de otro entorno, de otra cultura o de otra comunidad. Así, es comprensible que los valencianos rechacemos aquellos comportamientos que intentan obligarnos a ser lo que no somos. Lo veo muy claro cada vez que un amigo de fuera de Valencia intenta convencerme de que “paella” es un concepto flexible y variable. O sea, que se le puede llamar “paella” a echar arroz y ponerle lo que sea. Ya he conseguido que descarten el chorizo, las salchichas de Frankfurt o la chistorra pero aún siguen empeñados en considerar sinónimos “paella” y “arroz”. No me canso de decirles que un arroz al horno no es una paella en recipiente de barro pero creen que son manías de purista.

La cuestión es que veo mi lucha por la identidad cada vez que me tocan la paella. Será una buena paella o no lo será pero no consiento que confundan todo tipo de arroz con lo que yo sé que es una paella valenciana. Cuando me veo a mí misma defendiendo el más representativo plato valenciano es cuando tomo conciencia de lo que significa proteger las señas de identidad. La paella es como es, por mucho que algunos se empeñen en mezclar pollo y pescado. Así lo quiero, incluso, en el Whatssap, donde estoy deseando ver el emoticon #emojiPaella para decir “¡lo celebraremos!” sin palabra alguna.

Sin embargo, tan inconveniente es que algunos pretendan imponerme una definición de paella que no comparto, como que otros se erijan en defensores de esa seña de identidad local sin habérmelo pedido ni haber consensuado lo que es la identidad. Ahí pinchamos en hueso, pues los valencianos arrastramos desde hace mucho un problema de autodefinición. ¿Son las tradiciones nuestra forma de ser en el mundo? Espero que no. Adoro algunas de esas tradiciones pero en otras no me siento representada ni creo que tengan que ver con “el ser valenciano”. Hablo de los “bous al carrer”, por ejemplo, demasiado parecidos a los “correbous” de Cataluña como para no sentir que caminan sobre brasas quienes defienden su valencianía. Lo mismo podría decirse de otros elementos, históricamente usados para diferenciarnos de “los demás” y, sin embargo, demasiado similares a los vecinos como para no notar que nos unen más que nos separan. En cualquier caso, lo preocupante es el uso político de los sentimientos de un pueblo. Eso no debería admitirse ni para mantenerse en el poder ni para conquistarlo. En cambio, en esta tierra estamos hartos de ver ambas cosas por parte de la mayoría de grupos políticos. Lo valenciano se convierte, así, en arma arrojadiza contra el oponente para demostrar que uno es más patriota que otro, dispuesto a vender a su pueblo. Es triste que Valencia no salga de esa dinámica cuando los años han demostrado que la convivencia entre todas las formas de ser valenciano es posible.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


marzo 2015
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