Cuando veo desfilar a grandes personajes ya sea políticos, banqueros, empresarios o gente vip, no puedo evitar trasladarme a la Europa del siglo XVII, deslumbrada por reyes y nobles. En aquel momento, las gentes envidiaban a los señorones a los que veían alejados de su propio modo de vida, y estos se pavoneaban ante ellos, seguros de no estar sometidos a los mismos sinsabores de los plebeyos.
Así se ha visto estos días entre algunas gentecillas contemporáneas como Rodrigo Rato. Sobre todo, como el ciudadano que entró en un coche policial escoltado y con masaje capilar ex profeso a cuenta de un picoleto.
La polémica no tardó en llegar y hubo quien consideró impropio e inaceptable que un policía se encargara de aprisionar la testa del expresidente del Fondo Monetario Internacional al entrar en el vehículo. Tanto es así que la policía de Aduanas, responsable de los registros en la casa y el despacho de Rato, hubo de salir ayer al paso para aclarar que no era nada personal. Son negocios, faltó decir. La explicación que dieron tiene sentido: por lo general, los detenidos van esposados y tienen poca movilidad, de modo que hay que ayudarles para que no se golpeen la cabeza al entrar. Sin embargo, Rato no tenía las manos atadas a la espalda y podía moverse sin problemas. ¿Por qué se le ayuda, pues? Puede que fuera por costumbre; porque el policía mostrara demasiado celo profesional o, simplemente, porque quería salir en la tele. Si se mira bien, no había razón alguna para deslizar ese gesto en la escena ya de por sí incómoda para el interesado, pero al hacerlo, ganó todo el protagonismo. La foto, con un policía tratando a Rato como a un delincuente común, fue el modo más rápido de resumir lo sucedido. De confirmarse las sospechas, Rato se presentaba como un raterillo.
Es cierto que el policía se extralimitó y que el gesto mostró la peor lectura de la situación para el exministro pero habrá que preguntarse por qué resulta un problema que a un ciudadano más se le trate como a los demás. Ni deben recibir un trato mejor por ser vos quien sois, ni debe ser peor por la misma razón. Quizás debiéramos dar la vuelta a la pregunta inicial: no debemos preguntarnos por qué Rato merece un trato mejor sino por qué a los ciudadanos no se les trata con el mismo tacto, deferencia y consideración aunque no hayan sido presidentes de Bankia ni gurús de la economía global. Me refiero a la policía pero también a los jueces, a los periodistas e incluso a la gente apostada en su calle para gritarle “ladrón”. El paso de reverenciar a Luis XVI, apartándose ante su litera, a abuchearle, empujarle y escupirle a la cara es corto y rápido. Esa es la naturaleza humana. La guillotina ahora es incruenta pero la actitud en la calle es muy similar. Los privilegiados creyeron ser inmunes a eso pero sus prerrogativas se acabaron. O no.