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María José Pou

iPou 3.0

La sonrisa de Mas

La pitada no es el problema. Como no lo es la fiebre. El curandero asustadizo corre en búsqueda de un remedio que baje la fiebre. El médico hace un análisis para saber qué es lo que la produce. La fiebre es un síntoma, no una enfermedad. La pitada es una alerta de que algo no funciona bien, no el verdadero problema. Es lógico que el gobierno se preocupe y que, en vísperas electorales –este año vivimos unas eternas vísperas- el ministerio de la Presidencia haga público un comunicado condenando lo sucedido en el Nou Camp con los pitos aún calientes. Hay que dar signos claros al electorado de que ellos son los únicos garantes de la España que conocemos. Sin embargo, por feo que resulte ver un menosprecio al himno nacional es difícil tomar medidas “proporcionales”, en adjetivo tan querido por el ministro del Interior.

Quienes critican la osadía del gobierno, se justifican en la libertad de expresión. En efecto, en este país hay libertad para pitar al himno, al “Tot el camp és un clam”, a la última de Paulina Rubio o a los “Clavelitos” de la tuna. Ésta última, en especial, cuando es cantada por “tunantes” cuarentones merece una pitada global y en 3D. Sin embargo, la libertad de expresión choca con los sentimientos de otras personas para quienes esos cantos pueden significar algo muy grande. Si alguien osara pitar a “La terra valenciana s’ampara baix to mant” ante la Maredeueta sé de una que sacaría el “Hulk” que lleva dentro. Y no hay libertad de expresión que valga. Quien no la quiera, que no entre en la Basílica. Ese es el ejercicio de libertad.

Así pues quien no crea en el Reino de España, que no se vea obligado a jugar su campeonato. Ahora bien, cualquier medida en ese sentido puede provocar un efecto bumerán de incierto resultado. Impedir al Barça que juegue la Copa del Rey alimentaría el victimismo de algunos en el Principado. Esos mismos que, de pie junto al rey, sonríen viendo a sus huestes mostrar su desprecio a España. Hablo de Mas, sin duda, quien lejos de disculparse por el desprecio evidente que hubiera abochornado al rey de haberse producido contra el “Cant dels ocells” en Madrid, desvió la responsabilidad hacia el opresor nacional. Equivoca el tiro, como lo hace también Pedro Sánchez cuando llama a Felipe VI para solidarizarse con él. Es cierto que representa a la Nación pero el insulto, cuando se pita un himno, se hace a todos los españoles, no al titular del campeonato. Hoy se reunirá el Comité Antiviolencia para decidir si hay sanciones. Parece un tema delicado. Pero es así porque no es el himno de Francia o de Italia. En esos casos nos merecería el reproche unánime por xenófobo. Si Cataluña se siente nación, ¿no sería lo mismo? En cualquier caso, lo grave no es la pitada sino la incapacidad de este país por generar un sentimiento nacional sin avergonzarse. Y sin enemigos externos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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