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María José Pou

iPou 3.0

La internacional populista

Los fines son incuestionables. Es lo que tiene el populismo, que resulta difícil negar la bondad de sus objetivos. ¿Quién puede decir que no quiere un reparto equitativo de la riqueza y que paguen más quienes más tienen? ¿O que no defiende que no haya una sola familia sin un ingreso regular con el que dar de comer a sus hijos? ¿Quién puede oponerse a hacer el bien para defender, en cambio, hacer el mal?

El problema es ese enfoque simplista. La mayoría de las decisiones humanas no exigen escoger entre el bien y el mal sino entre dos bienes, cuya obtención acarrea consecuencias positivas y negativas para el interesado y para los demás. Además, muchas veces son bienes contradictorios, excluyentes o incompatibles. ¿Es malo comprarse una casa? En absoluto. ¿Lo es comprar muchas? Tampoco. Siempre y cuando ambas decisiones se tomen sin perjudicar a otros, por ejemplo, con la implicación de los ahorros de un padre jubilado que avale una compra inoportuna o con una especulación desbocada que eleve los precios artificialmente e impida a los pequeños ahorradores tener un techo bajo el que vivir. Por eso el populismo criminaliza. Lo requiere la simplificación de la realidad y la diferenciación entre buenos y malos. Comprar una casa es propio de gente honrada; comprar muchas, de buitres carroñeros. Desahuciar es cosa de desalmados pero no lo es dejar de pagar el alquiler a un matrimonio de mediana edad que ha invertido en un pisito para asegurarse la vejez. Casi nunca se presenta así la realidad de los desahucios; se da por hecho que detrás está un banco de tiburones financieros y no una familia de esforzados ahorradores que necesitan echar al moroso para frenar la sangría.

Es cierto que la elección de gentes como Carmena, Ada Colau o Mónica Oltra puede ser un revulsivo que obligue a replantear aquello que parecía inamovible. Al menos, a justificarlo. Sin embargo, en algunos momentos parece que estemos asistiendo al nacimiento de la Internacional Populista, cargada de propuestas que tocan el corazón, que nos conmueven, que nos obligan a sumarnos a la defensa del débil, pero cuyos métodos no terminan de explicarse ni las consecuencias de su aplicación terminan de medirse. Será porque los medios obligan a aplicar la razón, más que la emoción, y el populismo gana por goleada en lo que nos araña la piel. Su problema es que está ligado al entorno. Si Ada Colau pretende arrasar en Cataluña, se sumará a la hoja de ruta del independentismo como le pide Junqueras pero poco tendrá que ver con las decisiones de Carmena en Madrid. En un país donde el nacionalismo es la forma más desarrollada de populismo, ni siquiera parece viable una Internacional, como en su tiempo las hubo socialista y comunista. Quizás esa sea una de las mayores diferencias respecto a las izquierdas de otros tiempos y no es, en absoluto, baladí.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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