Es difusa la noción, pero necesaria en un continente que ha conocido las consecuencias de eso que el Código Penal llama “incitación al odio”. Cuando la Ley penaliza determinadas declaraciones o actitudes alegando ese factor lo hace no tanto por la acción como por sus consecuencias. El problema es que el individualismo en el que estamos instalados y la negación de toda referencia moral ajena a uno mismo hace que resulte problemático decidir qué es lo que incita o no al odio. Es una tarea difícil que ocupa a los jueces, a quienes toca interpretar en cada caso si esas palabras o esos hechos suponen una demostración de odio y si, además, son capaces de sumar adeptos al mismo.
El caso más reciente es el de Zapata, el concejal aficionado al humor negro. El humor es un terreno muy resbaladizo pero la impresión que se ha dado estos días sobre esa variante “negra” es simplista. El humor negro no es necesariamente dañino. Hay viñetas sobre las guerras que muestran la crueldad sin ser crueles. Por ejemplo, aquella en la que se veía un avión tirando bombas y otro, detrás, tirando muletas y prótesis para las amputaciones. Es humor negro pero no promueve el odio ni se ensaña con el que sufre. Todo lo contrario, busca remover conciencias y mostrar la hipocresía de quien cree que lava la suya enviando ayuda humanitaria cuando ha participado o, al menos, ha mirado hacia otro lado en el conflicto.
Los tuits de Zapata son humorísticos, pero crueles, pues buscan la diversión a partir del daño ajeno. Por eso provocan rechazo. Esa diversión con el dolor de otro es lo preocupante. Zapata se justifica con su afición al humor negro. No es el chiste lo grave sino la aceptación de su capacidad de divertir. En una palabra, que nos resulte gracioso. Como ocurría antes con los chistes de discapacitados, de homosexuales o de gitanos.
Por eso no cabe una disculpa en la que el sujeto jure no tener intención de incitar al odio, como hizo Zapata. Respaldar esos tuits supone contemplar a sus afectados como seres deshumanizados. Eso es lo grave. Lo peor no es escribirlo en Twitter. El tuit evidencia algo interior. Lo preocupante es sonreír al leerlo y retuitearlo. No tiene ninguna gracia porque habla de tragedias reales. Y porque aceptar la broma cruel es el primer paso de la persecución. Que se lo digan a cualquiera que haya sufrido bullying. Empiezan con las bromas por ser negro, por ser gordo o por llevar gafas. Humor negro. Poder reírse de él es el pistoletazo de salida del odio colectivo. Si nos podemos reír de él y hasta del dolor que le causa nuestro desprecio, estamos demostrando que no nos importa como persona. Y de ahí al acoso, hay un milímetro. Tolerar la broma que hace daño es aceptar que el dolor ajeno está por debajo de otras cosas. Y no hablemos de “libertad de expresión”. Eso se llama “libertad de ser un cafre”.