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María José Pou

iPou 3.0

La casta del compromiso

Frente a la casta, está el populacho. Ambos términos nacen de la soberbia y son peyorativos, pues los utilizan unos y otros para desprestigiar al contrario. “La casta” es la expresión popularizada por Pablo Iglesias para referirse a los aprovechados del statu quo, instalados en un grupo endogámico, que vive ahíto de privilegios. “El populacho”, en cambio, es la forma que tradicionalmente han utilizado las elites sociales para hablar de la masa popular. En el peor sentido.

En cualquier caso, vivimos un momento en el que los grupos “anticasta” corren el riesgo de constituirse en una. No por prebendas materiales sino por la bula que parecen exigir hacia todas sus decisiones. Como la legitimidad moral de su actividad nace de la propia Verdad, así con mayúsculas, es difícilmente cuestionable. Aunque se vulnere la ley o se sitúa frente a la norma. Ellos son la norma. Es una suerte de sacralización de la protesta. Ya no es la Libertad guiando al pueblo sino la Rebeldía. Sin matices. Porque sí. Lo decía el otro día Rita Maestre, de la candidatura de la alcaldesa de Madrid, ante la petición de dimisión por estar imputada. Ella decía que había imputaciones e imputaciones. Pero no se refería solo a que la corrupción es una cosa y atacar la capilla de una universidad, otra. La diferencia radicaba en algo más que el tipo de falta. Era la legitimidad. ¿Dónde radica la diferencia? Los corruptos roban. No es que vayan contra la ley, van contra los intereses de todos. Como si eso fuera algo distinto a la ley. Los activistas, en cambio, protestan, pero su ataque es legítimo aunque sea ilegal, porque en su caso la ley no representa la voluntad popular sino la voluntad de la casta. Por eso continuaba diciendo Maestre que “llega gente con pasado de compromiso”. Incumplir la ley por compromiso con la diosa Rebeldía todo lo perdona. Habrá que ver si eso incluye atacar una clínica abortista. Hay quien lo considera cosa de conciencia y de protesta ante la injusticia y ante una ley al servicio de intereses de otro tipo de casta.

Algo similar ocurrió ayer con motivo de la detención de Alfon, un chaval acusado de llevar bombas caseras en la huelga general de 2012. Lo más llamativo no fue la protesta. Todos podemos tener una familia de “farruquitos” dispuestos a defender al primo. Lo curioso es el argumento que utilizó Celia Mayer, sustituta de Zapata en la concejalía de Cultura de Madrid, cuando vino a decir que la concentración de tantas personas en defensa de Alfon era una prueba de lo injusto de la decisión. Es cierto que el rechazo social puede poner en evidencia una injusticia pero también que no es difícil movilizar a muchos contra la policía a base de demagogia. La suya es una postura peligrosa porque separa la ley y el pueblo. Y entonces la ley no emana de él sino de la casta de comprometidos con la diosa Rebeldía.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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