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María José Pou

iPou 3.0

Tinc un somni

Hace mucho que no confío en los discursos inaugurales de lo que sea: del acceso a un cargo, del inicio de una actividad y hasta del comienzo de la vida en común de unos recién casados. Por lo general hago como que me entusiasma o, sencillamente, como que me lo creo. Diría que incluso a veces hasta me emociona. ¡Y lo hace de verdad! Pero no me dura. Es como los enfados. En cuanto los duermo, se me pasan. Las declaraciones de principios sirven, por lo general, para desmarcarse de los demás y afear a otros lo hecho anteriormente. No solo cuando esa actividad es digna de reproche sino en cualquier caso.

Será por eso que el discurso de Puig me dejó fría. Salvo algún destello interesante, la mayoría de sus palabras sonaban bonitas, pero sin concreción. Fue un discurso de armonía universal imposible de no suscribir. ¿Cómo no solidarizarnos con las personas que sufren el azote de la crisis? ¿Hay alguien que no quiera salvar a quien vive un desahucio terrible o a los niños que no tienen ni un vaso de leche al día? Por no discrepar, no creo que haya un solo valenciano que no se sienta próximo al dolor de las víctimas del metro. Las grandes palabras no admiten discusión en el qué, pero sí en el cómo. Eso es política. En el mejor sentido del término. Más madera hace falta. No más discursos sino hechos, decisiones y tomas de postura.

Un desideratum universal del nuevo presidente valenciano es que nadie quede excluido. Pero ¿en qué se traduce eso? Entiendo que se refiere al anhelo común de que no haya familias que queden fuera de la cobertura de la sanidad pública pero también debería serlo de que los votantes de un partido no sean sometidos al ninguneo derivado del “cinturón sanitario”. Que no paguen los ciudadanos los errores cometidos por sus representantes. Al menos, nadie debería ser discriminado por su opción política. Así, cuando Fabra se ofrece a hablar, negociar o pactar, es a sus votantes a quienes se rechaza, no solo a su partido. El problema del discurso de Puig no es qué sino “a cambio de qué”. Está muy bien ofrecer alquileres sociales o ayudas para familias en riesgo de exclusión. No solo está bien, es imprescindible. La pregunta es a qué renunciamos para asegurar ese fin y qué lugar ocupa esto en el elenco de necesidades que debe cubrir el Estado. ¿Está antes del cheque escolar o después? ¿Tiene preferencia respecto a la potenciación de medios públicos de comunicación que promocionen el valenciano o no? Eso es política y en eso cabe la discrepancia y el pluralismo. Rodillo es creer que solo hay una visión correcta de las cosas. Sea de un solo partido o de un pacto de varios. Pluralismo es aceptar que hay varias opciones válidas aunque se crea más en una que en otra. Eso es política. Y eso estamos esperando cuando se apaguen los aplausos del “I have a dream”.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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