A los enciclopedistas les faltó publicar una lista de mandamientos referidos a la democracia. Ya que encumbraron a la Razón al nivel de los dioses, lo propio hubiera sido imponer unas “tablas de la ley” para indicar el camino del buen creyente. Así, uno de los mandamientos debería apelar a “no tomar el nombre de la democracia en vano”. Solo de ese modo podrían combatirse los comportamientos de quienes estos días se erigen en representantes de la voluntad popular por encima del resto el mundo y, valga la paradoja, por encima de sus oponentes.
El contexto, además, lo promueve. Que sea Grecia quien vote para decidir si su gobierno sigue negociando o no con la UE crea un entorno ideal para recordar que el país heleno es el inventor de eso que llamamos democracia. Aunque la consulta de ayer quede muy lejos de lo que hacían los habitantes de las ciudades-estado en el siglo V. Entre otras cosas porque entonces buena parte de la población –la activa, precisamente- no votaba. En esos tiempos, también había casta que vivía del trabajo de otros pero es mejor no recordarlo para no romper la magia que proporciona el contexto. Lo mismo sucede con la imagen de la Acrópolis, aunque el Partenón sea un ejemplo de aquello que combatió la Ilustración, más cerca que los ancestros griegos de la verdadera democracia contemporánea.
Sin embargo, es posible que en todo ese juego populista y demagógico haya un poso de verdad. El que se refiere a la crisis de la representatividad. Ni los atenienses ni los Estados Generales que se reunían en París acogían a todos los ciudadanos. En el primer caso, porque estaban excluidos los extranjeros, mujeres y esclavos; en el segundo, porque quienes se sentaban a debatir no eran todos sino los representantes de cada estamento. Es curioso, pues, que pongan como ejemplo ambos periodos para reclamar la democracia con mayúsculas. Posiblemente el mundo nunca ha disfrutado de tanta democracia. ¿Por qué nos parece escasa? Porque se ha pervertido el sentido de la representación. Porque muchos políticos han olvidado que estaban allí para pelear por los intereses de otros y han buscado su propio beneficio. Y porque determinadas decisiones son tomadas por personas que no han sido elegidas sino de forma muy indirecta, sea el FMI, el Eurogrupo o una canciller que actúa de presidenta de toda Europa habiendo sido elegida solo por Alemania. Esa sensación incómoda que nos causa estar en manos no buscadas es a lo que apelan Syriza, Podemos y otros grupos similares. No les falta razón. Sin embargo, la pierden cuando atribuyen esa falta de representatividad a los partidos de “la casta”. Serán más o menos eficaces o estarán más o menos anquilosados pero han sido elegidos democráticamente con la misma legitimidad que ellos. Iglesias o Tsipras no representan más a la voluntad popular que Rajoy o Merkel.