Lo difícil no es gobernar con las arcas llenas y el viento a favor. Lo complicado es hacerlo cuando los recursos escasean y caen proyectos y anhelos de algunas personas a las que hay que decir “no”. Es lo que sucederá algún día con los nuevos gobiernos municipales y autonómicos que están deleitándose con las mieles del aplauso popular. Abrir el ayuntamiento, colgar una bandera, impulsar el carril bici, promover un circuito de running, retrasar el comienzo de curso, acabar con los desahucios, derogar el copago o ampliar la asistencia sanitaria a los “sin papeles”. Todas son medidas tomadas por el ayuntamiento de Valencia o por el nuevo Consell. Medidas que alivian a muchos y contra las cuales no hay reproche que hacer. Excepto en lo tocante al coste. Para algunos será imprescindible y urgente el circuito de running, y hay razones objetivas para impulsarlo puesto que las carreras populares han puesto a Valencia en el mapa. La ciudad es uno de los destinos preferidos por los aficionados y atrae cada año a miles de corredores, visitantes y entidades relacionadas con el running. Es conveniente, pues, que se potencie un espacio para quienes practican este deporte. Ahora bien, es posible que los “dolçainers” necesiten también un espacio donde ensayar que acabe con el martirio para los vecinos o que no les obligue a ponerse en evidencia debajo de un puente. Y, hablando de puentes, puede que quienes practican escalada, y han visto cómo desaparecía el único rocódromo al aire libre de la ciudad, no quieran volver a usar el río como lugar de entrenamiento y requieran de instalaciones ad hoc. En efecto, todos esos planes pueden ser interesantes y enriquecedores para Valencia pero no parece que haya recursos para todos y la política consiste en priorizar las necesidades.
Las jerarquías vienen dadas por el modelo de ciudad –o de comunidad- que tiene quien gobierna y eso es lo que cuesta ver en las decisiones anunciadas hasta el momento. Son tan bondadosas que parecen fruto de un intento desesperado por agradar, por abofetear de paso al anterior y por ganarse el aplauso general. Ese interés suele presentarse al final de la legislatura, no al principio. El comienzo es el momento de tomar las decisiones más duras porque así habrá tiempo de “hacerlas olvidar” o de aprobar otras que releguen las malas a un segundo plano. Ahora, en cambio, nos encontramos con una dinámica diferente. No sé si consciente y vinculada a un plan premeditado, con un modelo establecido al que responden o, como me temo, con grandes dosis de entusiasmo casi adolescente por moralizar a través del poder y sin calcular los efectos. Optar por una prioridad es descartar otras. En una palabra, antes o después habrá que hacer de poli malo y no sé si estos gobiernos tan “buenistas” están preparados para hacer “un Tsipras” con todas sus consecuencias.