La presión de los lobbies puede convertirse en un ejercicio de autoritarismo. Uno presume de abierto, libre y plural pero en cuanto un lobby ve en ello un peligro, la apertura se pone en riesgo. Es lo que ha sucedido en el Rototom de este año en Benicàssim. Después de unos días de presión por parte de Boicot, Desinversiones y Sanciones al Estado de Israel (BSD País Valencià), la organización ha decidido suspender el concierto previsto para el 22 de agosto del músico israelí Matisyahu.
Lo llamativo no es que la dirección de un festival aparte a un artista de su programación. En principio está en su derecho de incluir o excluir a quienes considere más oportuno. Lástima que eso no lo hiciera al anunciar el cartel de este año sino después. De haberlo hecho antes, podríamos pensar que era un legítimo ejercicio de profesionalidad. Son invitados aquellos artistas más acordes con la línea del festival y con los gustos de sus participantes. Hasta ahí nada que objetar. El problema es que, en ese momento, se contó con Matisyahu, es decir, la dirección no encontró en su trayectoria ningún motivo por el que rechazarlo o avergonzarse de tenerlo en Benicàssim. No era extraño al espíritu pacifista del festival ni ajeno a la línea de respeto a los derechos humanos que subyace a la filosofía del movimiento reggae. Fue después, cuando el lobby BDS inició su campaña, cuando tuvo que escoger a unos o a otros. Entonces sí apeló al posicionamiento político del artista israelí y justificó con él su exclusión del festival. BDS, por su parte, aplaudió la decisión y de paso la publicidad gratuita. El dinero público, aunque sea menos del 4% del presupuesto, no debe servir a intereses particulares. O ha habido un error en el cartel inicial, o se ha cedido a la presión. En cualquier caso, algo debería aclararse en Benicàssim.