Aunque vayamos con chanclas y disfrutemos aún del aperitivo en el chiringuito, los políticos ya están en campaña y todo lo que digan puede ser utilizado a su favor. Así hay que entender el debate sobre Grecia que ayer tuvo lugar en el Congreso y los debates a pequeña escala de las vacaciones de la alcaldesa de Madrid o del robo de piezas en el San Pío V. Tanto en uno como en otros, la clave no está en el fondo como en el uso. Así, De Guindos aprovechó la tribuna para asestarle una cornada al populismo. Dijo el titular de Economía que los discursos populistas crean frustración, como la de muchos seguidores de Tsipras, y que las políticas irresponsables dañan sobre todo a los vulnerables.
El mensaje no iba dirigido a Podemos, aunque nos pueda parecer, sino a los votantes más centrados del PSOE que no ponen pegas a votar al PP en alguna ocasión. A esos se dirigía la alerta del ministro pues de ellos depende lo que suceda en las próximas elecciones. Los convencidos de Podemos ni siquiera se dan por aludidos pues no ven populismo en sus promesas. Los votantes del PP no necesitan que les digan qué efectos tienen las promesas que no son de nadie sino “del viento”. Para ellos, hay quien está haciendo bueno a Zapatero. En cambio quienes reniegan de la derecha pero no se ven votando a grupos novedosos, están a diez minutos de votar socialista buscando una especial sensibilidad por los débiles sin experimentos extremistas. Esa es la línea de flotación a la que se dirigía el ministro: a quienes creen que votar PSOE es votar moderación y políticas sociales. A la vista de algunos pactos, el más cercano el de Valencia, sabemos que eso no es del todo cierto y que ya no se trata de un “coco” con el que asustar a niños temerosos y votantes impresionables. Es una realidad que no ha hecho más que asomar la patita.