Llegaron a Magaluf e Ibiza y ahora están también en Benidorm. Son los bobbies, los policías ingleses que están patrullando, junto a la policía española, en zonas de gran afluencia turística británica. Forman parte de un programa piloto de coordinación policial en Europa y su objetivo es hacer que los turistas se sientan como en casa.
Eso es precisamente lo que habrán sentido los adolescentes británicos en cuanto hayan salido del pub, cociditos de pintas de cerveza, y se hayan topado con los bobbies. “Oh, my God, ¡he vuelto a Inglaterra y me va a caer una bronca del siete!”. Porque lo mejor de la policía británica es el ánimo paternalista con que tratan a los más jóvenes. Después vendrá la Justicia y los mecanismos que el Estado prevé para luchar contra el crimen, pero primero está la bronca. Y una bronca a la inglesa impone. Algo así como si la propia reina Victoria se hiciera presente y repudiara al chavalín lleno de acné en nombre del honor de todo el Imperio y la Commonwealth. Como para pedir un chupito después de eso.
Es más, sería estupendo que los bobbies se quedaran y cogieran también de las orejas a los adictos al botellón. A los del kalimotxo y el cubalitro de barrio. A los que orinan en la calle y cantan la Macarena a las tres de la mañana. Que les hablen de cómo están tirando su futuro por la borda; cómo no lograrán nunca ser personas de provecho; cómo son la vergüenza de un país que es grande en el mundo entero y cómo están aún a tiempo de ser el orgullo de la nación. ¡Una señora bronca, muy de internado inglés! Y, mientras tanto la Guardia Civil que vaya poniendo firmes a los que creen que España es una colonia etílica. Que una bronca en español rotundo con uniforme verde debe impresionar también a esos niñatos ingleses que solo saben decir en español “jamón”, “siesta” y “puttamadrre”.