Una cosa es abrir las puertas y otra, dejar la casa de par en par. Empezamos la legislatura municipal con una apuesta decidida por la apertura a los ciudadanos en el Ayuntamiento de Valencia, hasta el punto de que parecía una parada de metro, y apenas unos meses después ya andamos rebuscando en los bolsos de sus visitantes. El guirigay que se montó al principio con las visitas de media ciudad que quería hacerse un selfie en la madre de todos los balcones llegó a organizarse bastante bien, sin colas excesivas y sin reparos notables, pero el arco de metales a la entrada seguía siendo imprescindible. Ahora, sin embargo, el arco anda estropeado y los policías de la puerta se ven obligados a hurgar en bolsos y mochilas. Como si no se fiaran –que no lo hacen ni deben hacerlo- de los vecinos de Ribó que quieren fisgonear la casa para saber cómo tiene las cortinas del comedor y el mármol de la cocina.
El otro día, sin ir más lejos, estuve a punto de salir corriendo al ver emerger, de la mochila de un turista, lo que parecía el mecanismo de una bomba de hidrógeno. Me tranquilizó comprobar cómo el policía, aunque lo miraba, no hacía gesto alguno de alerta aunque sí de cierta sorpresa. Si hay una bomba, la flema policial es inmejorable, pensé. No era tal. Era un paraguas que para sí quisiera Mary Poppins. No sé si también hacía café pero parecía preparado para cualquier contingencia y el visitante, además, lo llevaba plegadito y encajadito en la mochila no se sabe ni siquiera cómo. Era más difícil meter eso ahí que poner unos pantalones pitillo a una ballena beluga. El policía, que admiró la heroicidad del propietario, no hizo ademán de sacarlo por miedo a que el guiri tuviera que llamar al inventor del Tetris para volverlo a su sitio. A aquello siguió ese terrible momento en el que un caballero rebusca en el bolso de una mujer: compresas, tampones, cepillo de dientes,… hay tantas cosas incómodas que encontrar allí que los policías del Ayuntamiento deben de estar rezando para que un rayo de los que estos días caen sobre la ciudad arregle milagrosamente el arco detector. Mientras tanto, el visitante que no entiende nuestra lengua se irá sin duda con cierta prevención sobre los valencianos: luego dicen de los aeropuertos estadounidenses, pero si vas al Ayuntamiento de Valencia no se te ocurra llevar algo “peligroso” en el bolso que te miran hasta la dentadura postiza. Deben de entrar pensando en que allí se encuentran las joyas de la Corona de Aragón como si fuera la Torre de Londres. Tanto abrir las puertas y los anfitriones nos esperan con una lupa indiscreta. Si no fuera por sus efectos colaterales de esperas y ralentización del paso, diría que es muy efectivo para dar sensación de seguridad y control. La casa está abierta y con la llave en el paño, parece decir, pero te estaremos vigilando y lo sabes.