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María José Pou

iPou 3.0

El bucle

En esta Comunidad vivimos siempre con una espada de Damocles sobre la cabeza. Nos sobrevuela constantemente el riesgo de enredarnos en el Día de la Marmota, como si se tratara de una maldición que nos persiguiera. Cuando parece que estamos saliendo del bucle, una fuerza desconocida nos atrae hacia él y empezamos de nuevo a correr sin destino en la rueda de hámster que nos envuelve. Ésa es la sensación que tuve ayer mientras veía bajar la Real Senyera en la Plaza del Ayuntamiento. En cuanto empezaron a sonar los himnos, comenzaron algunos a pitar. Los primeros, con los acordes de “Per ofrenar noves glòries a Espanya”. Los siguientes, contra quienes habian pitado al Himno Regional. Unos, al himno de España. Los contrarios, al alcalde Ribó. Entre los asistientes, sucedía lo mismo, unos se alegraban de que alguien le coloreara la cara al nuevo ayuntamiento por sus decisiones sobre la fiesta y otros, aplaudían su valentía por fin; había quienes se sumaban al descontento y quienes, hartos del tono bronco, decidían marcharse.

Si hubiera visto las imágenes en blanco y negro o con unos colores mate estilo polaroid, propio de las fotos de los 70, habría pensado que se trataba de un documental sobre la preautonomía valenciana, esos tiempos en los que no estaban claras las señas de identidad ni las fidelidades o los apoyos futuros. Solo me habría alertado ver algunas banderas de España con algo distinto al escudo constitucional pero tambien al águila de la enseña franquista. Eran las banderas de España 2000, con su logo rojo en el centro, que concentraban buena parte de las miradas, de la atención y de la inquietud de los espectadores.

Lo preocupante no era la disparidad. Esa es natural en la vida política y hasta diría que es sana. Nada peor que la uniformidad de criterio, si se puede llamar así a lo que sucede en Corea del Norte; eso no es vida política ni criterio. Es dictadura e imposición. Por eso es sano el libre ejercicio de la discrepancia. El problema es que la confrontación ha de ser intercambio de opiniones diversas en un clima de debate con intención de llegar a acuerdos. Nada que ver con el enfrentamiento, la intolerancia y la negacion del que piensa de forma distinta.

Lo que se veía en algunos rincones de la plaza, y en el recorrido de la procesión cívica, no era variedad de puntos de vista sino intransigentes que le gritaban “traidor” -como antes hacían otros a los anteriores- a un dirigente libremente elegido y a quien se le puede retirar la confianza. Eso es lo que pregonaban quienes ahora gobiernan cuando estaban en la oposición: tomar la calle primero y las urnas, después. Con acritud, alteración social y aprovechamiento de la indignación colectiva, una estrategia que le ha funcionado muy bien a la izquierda, pero que, a la larga, supone un claro ejercicio de irresponsabilidad que crispa, enerva y fracciona a la sociedad.

Aunque productivas, esas heridas tardan en cicatrizar. Hacerlas sabiendo cuáles son sus consecuencias sí que es para gritar “traidor” a quien las fomente por interés electoral. Venga de donde venga, y se justifique con la mejor intención. De lo contrario, no saldremos de la rueda del hámster. Estaremos siempre cuestionándonos quiénes somos, qué no somos y quiénes son dignos de definirlo. Estaremos en el mismo punto de partida que ni siquiera es el de 1238. Ahí estaba todo más claro que ahora, cuando lo avanzado parece haberse diluido.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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