“Lo de menos son las siglas”. Así se expresaba ayer Irene Lozano para justificar su salida de UPyD y su aterrizaje de emergencia en el PSOE. En efecto. Si los mercenarios del ejército romano, o de todos los ejércitos que en la Historia han sido, hubieran podido ponerse una frase en el Whatssap, hubieran escogido la misma: lo de menos es quién paga. Bien lo saben la mayoría de jugadores y entrenadores deportivos para quienes la defensa de unos colores con verdadera pasión no impide el delirio por los del contrario si la compensación merece la pena. Irene Lozano no es más que la Luis Figo de la política. O quizás un poco menos. La rivalidad Madrid-Barça no es equivalente a la de UPyD-PSOE y menos con una formación magenta bastante capitidisminuida.
No deberíamos, pues, extrañarnos de lo sucedido pero es inevitable. Sobre todo ante la naturalidad de la protagonista. El desconcierto se produce no tanto en el cambio, que todos asumimos como natural en el mundo profesional o técnico, sino en las explicaciones. En lo profesional nos parece razonable porque de eso se trata. No solo de defender una empresa sino de hacerlo con el mejor rendimiento posible. A nadie sorprende que un trabajador deje su puesto en un lugar y se marche a otro donde le pagan más por hacer lo mismo. Si no lo hace, las razones han de ser de peso: desplazamientos, situación familiar o implicación emocional con el proyecto de que se trate. La clave está en este último aspecto: lo emocional.
Tendemos a considerar esa condición como definitiva. Por eso diferenciamos el cambio de empresa y el cambio de afición futbolística. La primera entra dentro de lo previsto. Si pagan más, ¿cómo no marcharse? En cambio, en la segunda, parece impensable. Los colores de uno están tatuados en el alma. Así no hay quien los abandone, por mucho que el equipo contrario sea mejor, tenga mejores jugadores e incluso lo gane todo. “Manque pierda”, que dicen los aficionados. Es lógico. Los cariños no van y vienen. Son, y punto. Quien ama al Valencia o al Villarreal lo hace hasta el último aliento. Si van mal y dan disgustos, se sufre pero no se huye.
En la política tendemos a pensar con las mismas claves. Y también parece normal. Si uno cree en el liberalismo, no cambia en una semana al socialismo feroz. El problema surge cuando uno no cree realmente en nada. Esa indefinición es la que proporciona un espacio de transfuguismo relajado. Es cierto que puede darse determinado cambio entre partidos afines por matices, posturas o e incluso por derivas concretas pero no una transformación radical. ¿Es radical el salto de UPyD al PSOE? Quizás en ideas no tanto, no en vano la fundadora, Rosa Díez, quiso ocupar el lugar de Zapatero al frente del PSOE. La dificultad viene de la trayectoria del partido y de la interesada. Ahí no hay radicalidad; ahí hay un abismo.