A veces son cansinos de tan insistentes. No hablo, aunque podría, de los independentistas catalanes. Ni siquiera de los que aseguran que Teresa de Jesús era catalana. A esos les preguntaría por qué la Santa no hizo fundación alguna en el Principado a pesar de haberse recorrido los polvorientos caminos de España. Lo haría si me tomara en serio el chovinismo vip pero me aburre demasiado como para darle más pábulo que este.
Los cansinos a los que me refiero son los partidos que propugnan un referendum para todo. Suele darse entre grupos de izquierda radical, de corte asambleario. Para ellos, no existe la representatividad, aunque facilite la toma de decisiones y hasta les haya llevado al poder. Así ocurre en España con Podemos. Si por ellos fuera, todo lo decidirian en asambleas, tal y como defendia el 15-M. Ahora, desde las primarias, y desde que empezaron a tocar potrona ya lo van diciendo menos. Y es una pena viendo la fractura entre ciudadanos y gobernantes. Un motivo es la situación de los refugiados. Ya vimos, hace semanas, cómo los alemanes aplaudían la llegada de cientos de desplazados, tras los desesperados intentos de las autoridades por impedirles el paso y reenviarlos a la nada en autobuses o mantenerlos paralizados en estaciones de tren a pesar de disponer de biletes para viajar. Frente a tantos impedimentos, los ciudadanos les llevaban ayuda, les abrían sus casas y les decían “bienvenidos” en unas pancartas que constriuyen la mejor imagen de Europa en décadas.
Ayer volvimos a constatar la fractura. Mientras Merkel compraba en Turquía la paz europea de bunker atrincherado a 3.000 millones el candado, el Eurobarómetro publicaba los datos de la opinión de los europeos sobre las cuotas de acogida. Decía el Eurobarómetro que el 78% de los ciudadanos de la Unión están de acuerdo con las cuotas de reparto de refugiados en sus países. Entre ellos, cabe decir que España ocupaba un honroso 10º puesto. En una palabra, la UE buscaba financiar el alejamiento de los refugiados de sus fronteras, aunque resulte a todas luces inviable e inhumano para la propia Turquía, no solo para ellos, mientras sus ciudadanos veían lógico y adecuado repartirlos en su propio territorio. Asombra porque los recursos para atenderlos saldrán del bolsillo de quien está dispuesto a acogerlos, no de sus políticos. Ellos en cambio saben que se juegan algo más. Están comprando la paz social evitando problemas futuros y dejando lejos una realidad que cuestiona muchas cosas. Entre otras, su capacidad para frenar las corrientes xenófobas extremistas pero sobre todo su propia continuidad como comunidad de ricos. Merkel sufrió la unificación y ssbe lo que es acoger a compatriotas pobres. En ese caso eran “de los suyos”. Ahora quiere evitar el factor diferenciador, posiblemente el más arriesgado pero también el mas enriquecedor