“Sí se puede” era el lema con el que se presentó Podemos a las elecciones europeas. Entonces, jaleaban a Pablo Iglesias cada vez que aparecía en algún acto público con el “Yes we can” de Obama a la española. Pero apenas un año después de comenzar su trabajo como eurodiputado, Iglesias no puede. Dice estar cansado y se vuelve para España, después de afear la conducta a sus compañeros de Eurocámara.
Que deje el Parlamento Europeo es comprensible si quiere disputarle La Moncloa a Rajoy, Sánchez y Rivera, pero que afirme estar cansado suena a excusa de niño poco acostumbrado a trabajar. Él dice que antes tenía más tiempo para pensar. Es lo que les sucede a los intelectuales, que dedican sus horas a reflexionar y no tanto a hacer. Por eso hay diferencias entre los pensadores y los ejecutores de lo político. Los primeros ponen las bases, analizan y apuntan tendencias; los segundos intentan llevarlas a la práctica, las ponen a prueba y las validan. Los politólogos pertenecen al primer grupo y ahí es donde se enmarcaba Iglesias hasta que decidió dar el salto a la razón práctica. La diferencia no es secundaria. Los diletantes viven de no tener que dar explicaciones de sus pronósticos ni apenas de sus teorías. En cambio, el político que ocupa un escaño tiene que leer documentos, tomar decisiones, participar en debates o reunirse con su equipo. Si a eso se le une –y es lo que puede haber dado la puntilla a Iglesias- una actividad “electoral” perpetua como hace él para apuntalar a una formación que no parece funcionar sin él, la jornada puede ser extenuante. Y, sin duda, lo será. Reprochaban sus compañeros de partido, para explicarlo, que Rajoy no se desgasta porque no se expone, pero eso no es un demérito de Rajoy. Es una táctica que ni siquiera está claro que funcione a tenor de los reproches sociales contra el “presidente del plasma”. Si Iglesias estaba demasiado expuesto, era tan fácil como aligerar su agenda.
Quizás a lo que estamos asistiendo es a la constatación por parte de Pablo Iglesias de que su proyecto funciona muy bien en la construcción pero mal en la realidad. La razón es que nada resulta más rentable que luchar contra otros. Lo decían los clásicos: “nada une más que un enemigo común”. Bien lo saben los independentistas catalanes, que no comparten nada salvo España como enemigo. El día que no tengan que luchar contra ella, se encontrarán vacíos y extraños. Del mismo modo, los de Podemos vieron la oportunidad de ejercer de flautistas de Hamelin y arrastrar a muchos tras sus melodías antisistema. Pero llevar adelante un proyecto compacto, sólido y realizable es mucho más duro. Y desgasta.
Tal vez Iglesias ya está viendo cómo se pincha la burbuja morada y, con su altísima autoestima, no se lo termina de creer. En su situación la falta de energía no es creíble; la pataleta y el berrinche, sí.