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María José Pou

iPou 3.0

Guerra y buenismo

Uno de los prejuicios respecto al Ejército es creer que los militares desean la guerra. Si hay alguien que sabe mejor que nadie de la brutalidad y el riesgo que corre en ella la vida humana es quien se prepara para combatir. Y nadie, conociendo lo que significa participar en una guerra, quiere que llegue. Otra cosa es asumir el deber de un soldado para con su país y sus connacionales y estar dispuesto a pasar por ella con tal de defenderlos de un peligro real. Cualquier militar subrayaría lo dicho por Sun Tzu hace 2500 años cuando defendía que el mayor éxito “es rendir al enemigo sin pelear”. También ahora cualquier persona de bien preferiría que los yihadistas estuvieran dispuestos a abandonar su terribles propósitos con el diálogo, la negociación o el pacto, pero no parece que esos sean caminos para lograr parar su locura. Eso no quita para que sea necesario analizar con mucho cuidado las consecuencias de embarcarnos en una guerra contra el Daesh en su territorio. Iniciativas anteriores, como acabar con Sadam Husein, no han resultado ser tan buenas como prometían, según dicen algunos expertos, aunque sería terrible llegar a la conclusión de que es mejor mantener a un dictador único, como Sadam, Al Assad o Gadafi, por su capacidad para exterminar a todo grupo que quiera usurparle el poder. Hasta el Estado Islámico.

Por eso, por esa necesidad de evaluar, analizar y confiar en lo que aconsejen los expertos, preocupa que determinada izquierda se agarre al rechazo a la guerra como mantra progresista y humanitario frente al estereotipo de una derecha sedienta de sangre. La guerra siempre debe ser la última opción pero eso no convierte al antibélico en sensato bajo todas las circunstancias. Nada es mejor que evitar el conflicto pero sería irresponsable si los gobiernos occidentales no intentaran acabar con ISIS como sea y antes de que crezca más. El “no a la guerra” es una opción cuando se puede elegir. La pregunta es si los yihadistas dan esa posibilidad y si la han dado a los ciudadanos de Iraq o Siria por quienes nadie ha levantado la pancarta del “no a la guerra”. También en este punto conviene separar las emociones y los intereses electorales de la política antiterrorista. En cambio, con la inacción del gobierno, por un lado, y la convocatoria de manifestación y el manifiesto del “no a la guerra”, por otro, estamos en la línea opuesta. Ambas partes se acusan de electoralismo. En efecto. Ambos buscan pescar votos. Unos, evitando una decisión impopular y los otros, ordeñando de nuevo la vaca del antibelicismo. El gobierno de Rajoy, pues, debería actuar sin tener en cuenta ninguno de los dos elementos. Si hubiera mandado tropas sería criticado. Si no lo hace, acusado de intereses ocultos. En ese punto, solo cabe buscar el mayor bien común y aceptar sus consecuencias. Eso es sentido de Estado.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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