Una de las peores cosas que puede hacer un gobierno local es enfrentar a los vecinos por las fiestas patronales. Lo más grandioso de una fiesta es su capacidad para aglutinar a todo tipo de persona en torno al patrón, a la Virgen, a la fecha conmemorativa o a la causa que originara la festividad. En esa reunión no hay colores ni preferencias. Quien se concentra en torno al Cristo en las fiestas del pueblo lo hace junto a quien vota lo opuesto a él; a quien anima al equipo contrario o a quien prefiere la paella con cuchara de aluminio y no de madera. Da igual lo que cada uno defienda y escoja; ante el Cristo, todos se sienten uno, iguales y partícipes de una historia compartida.
Con las Fallas sucede exactamente eso. No hay más que ver una Cridà para saber que quienes allí se reúnen tienen una cosa en común: su sentimiento fallero. Poco importa que unos sean del Valencia y otros, del Levante; que unos consideren la paella de pollo y conejo como la mejor aportación gastronómica valenciana y otros sean más de arroz al horno; que unos se escapen a Calpe en cuanto llega el verano y otros, huyan a la Calderona. En las Fallas cabe todo el mundo. Solo se requiere llevarlas en el corazón. Por eso, cometería una torpeza el ayuntamiento jugando a enfrentar, a enfadar, a cuestionar y a vetar a quienes no cumplen su “modelo de virtud”, sea éste una opción política, lingüística o identitaria. Exigir en los llibrets de Falla un valenciano normativo es, en el mejor de los casos, un error táctico, justo el que comete cualquier poder que se cree eterno imponiendo a todos lo que defiende una parte -no muy numerosa- del conjunto con el solo argumento de tener la sartén por el mango. Es el proceso contrario al de Adolfo Suárez cuando decía aquello de “elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es totalmente normal”. Aquí se trata de lo opuesto: elevar a normal lo que en la calle es excepción. De ahí viene el conflicto. Y lo peor son sus consecuencias de futuro, porque el gobierno pasará, antes o después, pero el enfrentamiento entre los ciudadanos quedará.
Creen en Compromís que a ellos no les pitarán los falleros bajo el balcón. Ellos no son Rita y se sienten inmunes a cualquier “intifalla”. Es razonable. Quienes abucheaban entonces constituyen sus lobbies, sus apoyos y sus palmeros. Pero olvidan que los actos falleros son mucho más que una excusa para agrupar a gente contra el poder. Son, ante todo, actos de fiesta donde valencianos de toda condición comparten una pasión y no una ideología. Errarán si confunden la fiesta y la manifestación; si enfrentan a unos contra otros y si desnaturalizan las Fallas envenenándolas de lucha política. Al menos siempre quedará la opción de convertirlos en ninots y colocarles unos socarrones carteles de falla, escritos en el más puro valenciano antisistema.