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María José Pou

iPou 3.0

Llibrets antisistema

Una de las peores cosas que puede hacer un gobierno local es enfrentar a los vecinos por las fiestas patronales. Lo más grandioso de una fiesta es su capacidad para aglutinar a todo tipo de persona en torno al patrón, a la Virgen, a la fecha conmemorativa o a la causa que originara la festividad. En esa reunión no hay colores ni preferencias. Quien se concentra en torno al Cristo en las fiestas del pueblo lo hace junto a quien vota lo opuesto a él; a quien anima al equipo contrario o a quien prefiere la paella con cuchara de aluminio y no de madera. Da igual lo que cada uno defienda y escoja; ante el Cristo, todos se sienten uno, iguales y partícipes de una historia compartida.

Con las Fallas sucede exactamente eso. No hay más que ver una Cridà para saber que quienes allí se reúnen tienen una cosa en común: su sentimiento fallero. Poco importa que unos sean del Valencia y otros, del Levante; que unos consideren la paella de pollo y conejo como la mejor aportación gastronómica valenciana y otros sean más de arroz al horno; que unos se escapen a Calpe en cuanto llega el verano y otros, huyan a la Calderona. En las Fallas cabe todo el mundo. Solo se requiere llevarlas en el corazón. Por eso, cometería una torpeza el ayuntamiento jugando a enfrentar, a enfadar, a cuestionar y a vetar a quienes no cumplen su “modelo de virtud”, sea éste una opción política, lingüística o identitaria. Exigir en los llibrets de Falla un valenciano normativo es, en el mejor de los casos, un error táctico, justo el que comete cualquier poder que se cree eterno imponiendo a todos lo que defiende una parte -no muy numerosa- del conjunto con el solo argumento de tener la sartén por el mango. Es el proceso contrario al de Adolfo Suárez cuando decía aquello de “elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es totalmente normal”. Aquí se trata de lo opuesto: elevar a normal lo que en la calle es excepción. De ahí viene el conflicto. Y lo peor son sus consecuencias de futuro, porque el gobierno pasará, antes o después, pero el enfrentamiento entre los ciudadanos quedará.

Creen en Compromís que a ellos no les pitarán los falleros bajo el balcón. Ellos no son Rita y se sienten inmunes a cualquier “intifalla”. Es razonable. Quienes abucheaban entonces constituyen sus lobbies, sus apoyos y sus palmeros. Pero olvidan que los actos falleros son mucho más que una excusa para agrupar a gente contra el poder. Son, ante todo, actos de fiesta donde valencianos de toda condición comparten una pasión y no una ideología. Errarán si confunden la fiesta y la manifestación; si enfrentan a unos contra otros y si desnaturalizan las Fallas envenenándolas de lucha política. Al menos siempre quedará la opción de convertirlos en ninots y colocarles unos socarrones carteles de falla, escritos en el más puro valenciano antisistema.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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