“Dentro de una semana nadie se acordará de Jorge”. Es terrible la afirmación pero es cierta. Lo decía ayer, en una carta publicada en prensa, el hermano de Jorge García Tudela, subinspector de policía asesinado en Kabul. Y lo hacía para pedir respeto a su memoria y al duelo que España entera les debe a estos servidores de la patria. Lo hacía cuando ya sus muertes habían empezado a recrear el “merecemos un gobierno que no nos mienta” de 2004. Es verdad que, entonces, el Ejecutivo de Aznar actuó mal, ya fuera por error o con intención, pero ese desastre fue usado por la oposición para atacarle en el momento más delicado, en vísperas de una convocatoria electoral decisiva y con claras intenciones políticas. Ahora solo nos falta Rubalcaba, el mismo que acuñó exitosamente la frase que exigía un gobierno sincero. Aún no han llegado a España los restos de los policías muertos y ya hay quienes presentan un ejercicio de nula eficacia comunicativa del gobierno como un intento por manipular. Puede que, en efecto, haya tenido esa intención. Las primeras noticias hablaron de que el policía había resultado herido leve y había sido evacuado –en sospechosa coincidencia con lo dicho tras el accidente de helicóptero que dejó tres víctimas en aguas próximas a Marruecos- y presentaba el hecho como un ataque ajeno por completo a España. Luego se confirmó lo contrario: el objetivo era nuestro país y había dos víctimas mortales. Puede que sea un error informativo o, en efecto, una torpeza de asesores nerviosos por la proximidad electoral. La cuestión es que el sufrimiento, el honor de las víctimas, su entrega y el servicio que hacen sus compañeros en las peligrosas misiones internacionales han pasado a un segundo o tercer plano. Eso es lo terrible.
Lo que pretende evitar el firmante de la carta no son las consecuencias electorales de los fallos estratégicos. Si tiene que haberlas, que las haya. El problema es la utilización del dolor de sus familias y de sus amigos para sacar rendimiento sobrevenido el día 21. Eso es lo que es indigno. Lo es cuando el gobierno lo minimiza, lo oculta o lo disimula pero también cuando los oponentes políticos se suben a él como a un trampolín que les catapulte a una mejor posición futura. Es lo que sucedió tras el 11-M y lo que ocurrió aquí en Valencia tras el horrible accidente de metro. Nadie niega que la actitud de los gobernantes en los tres casos fuera penosa pero se olvida que tampoco la oposición salió indemne del abuso. Lobos con piel de cordero que sonríen bajo sus lágrimas. Aunque sean necesarias.
Es una cuestión de tiempos. Ahora toca apoyar al Ejército y a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, acompañar a las familias y reafirmar el compromiso contra el yihadismo. El momento del reproche no está lejos, pero no debería ser éste. Estos son días de llorar a Jorge y a Isidro.