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María José Pou

iPou 3.0

El tobogán del Gulliver

Cuesta abajo y sin frenos, diría el castizo, viendo al alcalde deslizarse por el Gulliver junto a sus concejales. Imagen simbólica, dicen sus fans, al compararla con la de Rita Barberá y Camps en un Ferrari. Imagen ciertamente icónica, responden sus críticos, viendo en primer plano al concejal Grezzi, el Torquemada del motor de combustión, que no es el único que se ha columpiado con medidas ajenas por completo al consenso. La comparación es odiosa. También la del Ferrari y el Gulliver. Primero, porque una intentaba atraer dinero a Valencia cuando parecía que lo había y otra, gestionar el que no hay, sabiendo que el merecido no llega. Segundo, porque ambas pretenden reafirmar a un electorado ya fiel. Una, mostrando la “grandeur” de Valencia y la otra, a un ayuntamiento cercano y divertido. Y tercero, porque ninguna va a lo esencial. Ni la Fórmula 1 ni un río prometedor pero sobreexplotado constituyen los problemas más importantes de los valencianos. Las dos imágenes se quedan en meros fuegos artificiales, preciosos pero irrelevantes en cuanto se apagan.

Además, resulta injusto reprochar al PP el descuido del Gulliver o del propio río. No ha sido el ayuntamiento de Ribó el que ha habilitado zonas para disfrute de casi todos los colectivos que lo “pueblan”: campos de deporte, carril bici, zona de perros, columpios, equipamiento para que los mayores hagan ejercicio, zona de gimnasia al aire libre, espacio para ferias y demostraciones, cine de verano y hasta el carril running, que, aunque inaugurado con Ribó, fue aprobado e iniciado en la legislatura anterior. Decir, después de eso, que el Consistorio popular menospreció el entorno no resulta ajustado. Sí es cierto que puso sus ojitos en otra zona del río más “golosa”, como es la Ciudad de las Artes y las Ciencias pero hay que reconocer que en el plano turístico el tirón de ésta no tiene comparación. El riesgo en estos momentos es justo el contrario, esto es, que el ayuntamiento de Compromís ningunee el “mundo Calatrava” por reacción a lo sucedido con el PP. De hacerlo, no solo echarían a perder una oportunidad turística de primer orden, sino que conseguirían ofrecer la imagen de un río de derechas y un río de izquierdas. Es verdad que responden a enfoques e intereses distintos pero ambos son de disfrute de los valencianos y sobre todo son ellos quienes lo pagan.

El río ya estaba puesto en valor antes y, sobre todo, por los ciudadanos de Valencia. Su problema no es ése. Al contrario. En estos momentos, lo que sufre es un overbooking que debería ser solucionado por este ayuntamiento y no por los fantasmas del anterior. Lo difícil ahora es conciliar intereses y espacios. Eso es lo que urge. Intentar vender estereotipos es arriesgarse a ser corregido. O, peor aún, a que los habitantes se vean desplazados por las prioridades ideológicas del poder.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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