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María José Pou

iPou 3.0

Los niños de Podemos

Nunca imaginé que Podemos iba a llevar la renovación generacional tan lejos. Había visto a forofos inscribiendo a su bebé en un equipo de fútbol, en una peña o en un comisión fallera. Incluso a padres previsores que abren una cuenta corriente en cuanto salen de inscribir al niño en el registro civil. Pero eso de despertar la vocación política en tan tierna edad como la que tiene el pequeño Diego, hijo de Carolina Bescansa, me parece admirable. Así, en Podemos, no les faltarán bases, como a otros, dentro de unos años.

El niño era un encanto, sin duda, y el objetivo expresado por la madre no parece censurable: evidenciar una realidad que está muy lejos de haberse solucionado. Me refiero a la difícil combinación de la vida familiar y la profesional. Sin embargo, el contexto, las condiciones, la superioridad moral desde la que se hace y las dudas sobre la continuidad de la exigencia, hacen que pierda fuelle el gesto. Porque el problema de lo sucedido es que quede en fuegos artificiales. En mera acusación sin respaldo de una política concreta. Se le podrá criticar mucho pero ha sido de las pocas voces a las que he escuchado vincular la conciliación con personas que cuidan a otros, no solo mamás con bebés recién nacidos. Es una clave relevante pues la conciliación no es un problema exclusivo de las madres, aunque lo sufran más que nadie. La dedicación laboral debe ser una parte de la vida, no su centro, su única actividad y el eje que lo condiciona todo. Eso también implica a hombres que cuidan de su pareja enferma, a padres separados, a sobrinas que velan por una tía mayor o a hijas que tienen al padre y a la suegra, dependientes ambos, en su propia casa. Bescansa puso sobre el tapete una realidad durísima para muchas personas que no pueden, como ella, contar con guardería a bajo precio en su lugar de trabajo o una cuidadora que se haga cargo del niño si ellas no pueden. Es cierto que la forma y el lugar fueron demasiado interesados pero tal vez era el único modo de provocar.

Es lo que Podemos sintetiza como problemas “de la gente” que dice representar. Es curioso el salto semántico de este grupo, que ha abandonado el tradicional “el pueblo” por “la gente”. Supongo que es para no sonar demasiado leninista. “El pueblo” suena decimonónico, en cambio “la gente” parece más contemporáneo. “El pueblo” es rural y “la gente”, urbano. Sus promesas melodramáticas dando por hecho que, ¡por fin!, ha entrado “la gente” en el Congreso producen rubor de tan pueriles, lo que incluye también a los diputados y senadores de la periferia nacionalista con frases grandilocuentes. Todos querían dar un titular pero eran demasiados y solo destacó el niño que aún no habla. Lo preocupante es que se erijan en portavoces de “la gente” pero desprecien a la que vota PP, que es mucha. Será que la consideran “gentuza”, ja voràs.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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