En medio de la polémica por el velo islámico, una discoteca en Navas del Rey se propone subastar a una mujer durante una fiesta. Dicen que es para promocionar ese establecimiento tras su reciente reinauguración. No sé si acertarán con esa estrategia de mercadotecnia -me temo que sí- pero puedo asegurar que a mí no me encontrarán allí ni aunque me subasten a George Clooney.
Ya sé que habrá a quien le parezca inadecuado comparar una situación con otra pero no puedo evitar la relación cuando pienso en el factor de voluntariedad que se esgrime para rechazar el velo.
A veces, nuestra mirada sobre otras costumbres o sobre otras culturas está mediatizada por el prejuicio y solo así se entiende no tanto nuestra censura de aquellas sino la incapacidad para ver lo mismo en nuestro propio entorno.
Encuentro justificada la crítica al velo entre mujeres musulmanas cuando su uso no es voluntario ni responde a un ejercicio de libertad como sí es portar un hábito entre las religiosas, mayores de edad y sometidas a un proceso de discernimiento. Por eso me cuesta aceptar que una niña lleve el hijab libremente pues en esas edades las opciones no son tan voluntarias como nos quieren hacer creer algunos padres.
Sin embargo no deja de asombrarme nuestra ligereza al juzgar a una mujer que decide cubrirse la cabeza como signo no de opresión sino de respeto a Dios mientras damos por válida la decisión de una joven que se subasta en una fiesta.
En este último caso no hay un hombre opresor como sí denuncian algunos entre las mujeres musulmanas pero hay algo peor: la opresión está oculta, interiorizada y asumida como libertad. Es, por tanto, mucho peor. Aquí no tenemos un hombre al que culpar o un dios al que reprochar. Tenemos, en cambio, a un grupo de mujeres presuntamente liberadas -liberadísmas- que, sin embargo, desconocen su esclavitud.
Son presas de una cultura machista que no requiere velos sino premios, aplausos y distinciones al cuerpo más espectacular y entregado. Si eso es un avance cultural, casi me quedo con el hijab y el decoro como forma de autorrespeto.