Me pregunto para qué necesitan en una depuradora bolsos de Loewe o joyas.
No digo que quien trabaje en ese sector no pueda ser un sibarita, un presumido y alguien gustoso de andar elegante por entre los fangos pero la verdad es que no acabo de ver la relación entre contratar servicios relacionados con la depuración y los objetos de lujo. Salvo que la depuración sea de lípidos y estemos hablando de la ‘buchingué’ marbellí.
No es el caso. Por eso, entre los asuntos de las basuras alicantinas y lo que estamos conociendo de la depuradora de Pinedo, me están dando un asquito los responsables de este asunto solo comparable al que me produce cualquier tipo o tipa que juega con dinero ajeno. Sea en el ámbito público o en el privado, que también los hay, también. Es lo que tiene la universalidad de la sinvergonzonería, que a todos toca, sino un pito, una pelota.
Como comprobará estoy muy enfadada. No es para menos saber no solo que esta gente ha estado utilizando nuestro dinero -sí, sí, el que usted y yo dejamos de usar para renovar la lavadora aunque haga un ruido raro con tal de pagar recibos municipales- sino que además lo ha hecho a lo grande y, lo que es peor, durante cuatro años.
Para mí, de confirmarse las sospechas, no hay solo una responsabilidad directa de quienes han comprado joyas para hacer que funcione una depuradora. Cuatro años de facturas inaceptables no significa solo que hay unos chorizos como los que anuncia esa empresa de listos bajo el eslogan ‘chorizos Gürtel’.
Pone en evidencia, sobre todo, la falta de control sobre esta gente. ¿Se puede estafar durante cuatro años con impunidad? Para mí esa es la pregunta del millón. Que haya caraduras me parece hasta previsible, aunque solo sea por una cuestión de probabilidades. Si los hay en todas partes, también en esto. Pero ¿que nadie sepa nada? Aquí hay mucho que depurar. Y no agua, sino responsabilidades políticas.