Me cuesta entender el alejamiento entre el Parlamento Europeo y los gobiernos. El primero pedía ampliar la baja por maternidad pero los ministros de Trabajo lo han rechazado. Razones tienen todos pero me pregunto cómo están tan lejos si los electores son los mismos y no suele variar demasiado el resultado de las elecciones locales y el de las europeas, sobre todo, porque estas últimas pasan casi inadvertidas a los ciudadanos.
La cuestión es que el Parlamento pedía un apoyo más explícito para la maternidad mientras que los gobiernos han primado el interés macroeconómico y, por tanto, los cálculos de gasto que supondría ampliar la baja de las mujeres y hombres que deciden tener un hijo.
En este punto, el ministro Valeriano Gómez tenía una postura bastante razonable. Su punto de vista ponía el acento en un aspecto imprescindible del debate: centrarse en la maternidad y relacionar la baja especialmente con la madre puede ser un perjuicio para la mujer en la medida en que le sitúa en un plano diferente respecto al hombre. En una palabra, ofrece una imagen de trabajadora con cargas que no tiene el trabajador masculino.
El problema es que este debate se centra en el embarazo, parto y cuidados del lactante cuando en realidad la legislación debe mirar hacia el trabajador como un ser completo, esto es, como una persona que tiene vida privada además de la laboral. Solo así se podrá superar ese estigma que la maternidad impone a las mujeres.
Contemplando así al trabajador se entiende que su vida tiene unas exigencias que necesitan conjugarse con sus obligaciones laborales. En un momento de su vida será el cuidado de los hijos pequeños y en otro, el de los ancianos a su cargo. En uno será la mejora de la formación y en otro, el reciclaje. O empezamos a entender el trabajo como una parte más de la vida y no su eje principal o no avanzaremos ni en mejoras sociales ni en calidad de vida.