La campaña más austera es la que no existe. Lo digo porque el PP acaba de prometer austeridad electoral para las municipales del año próximo y yo desearía que no hubiera campaña.
Entiendo que es una costumbre demasiado arraigada como para extirparla, pero si hemos sido capaces de recortar en tantas cosas ¿no lo seríamos en esto?
Desde que empezó la crisis hemos visto cómo las vacaciones en el Caribe se trasladaban a Orihuela del Tremedal. No es que sea peor opción. Ni mucho menos. ¿Quién ha dicho que no sea sexy el tanga de cuello alto y forrado de borreguito?
Hemos sustituido la comida de trabajo por el triste táper en la mesa del despacho; las marcas por ‘la’ marca blanca o la renovación del coche en cuanto oíamos el menor ruidito por la defensa a ultranza de la vieja carraca que parece el coche-orquesta en cuanto lo ponemos en marcha.
Hemos reducido, incluso, nuestras conversaciones de café por la sencilla razón de que se ha estrechado nuestro círculo laboral mientras se ampliaba el de los trabajadores del Servef. Lástima que los funcionarios no suelan alternar con los parados. Tendrían una vida social de lo más variada y animada.
En una palabra, hemos hecho muchos cambios derivados de uno solo: hemos dejado de financiar la vida por financiar la hipoteca. Con eso quiero decir que quien más y quien menos se ha visto obligado a modificar hábitos sólidos y perfectamente arraigados, algunos, incluso han perdido esa tonta costumbre de comer tres veces al día. No parece, pues, imposible que seamos capaces de renunciar a una estúpida campaña electoral.
Disculpen lo de ‘estúpida’ pero para quien tiene dificultades de llegar a fin de mes, tiene que alimentar a cinco churumbeles, todos los miembros de la familia están en paro y le han quitado la ayuda de 426 euros, no hay forma de explicar que el dinero que le quitaría el hambre se dedique a contar sandeces que nadie cumplirá.