Ya sé que, a estas alturas, los analistas políticos habrán destripado la reunión de Zapatero y Rajoy, Rajoy y Zapatero, hasta la última coma de sus respectivas comparecencias ante la prensa, pero yo no lo haré.

Y no lo haré no porque no pueda o no sepa o no tenga material para dedicarle una serie de columnas que ni Bernini en la Plaza de San Pedro, sino porque “verbo volant” incluso a las puertas de La Moncloa. O especialmente allí. Quiero hechos y no ruedas de prensa. Los hechos son brotes verdes; las ruedas de prensa, el rocío de la mañana posado las hojas. O sea, pura fugacidad.

Para mí lo de ayer es tan relevante como la uña que se rompió una vedette del último teatrucho de un pueblo de Michigan. “Ná”, para ser exactos.

Además, como no confío en que esos paripé sirvan para algo, me prepongo alertar sobre dos detalles insignificantes a la par que indignos de mención. Un joya, oiga.

No me he vuelto loca, no, simplemente me aburre dedicar tiempo a lo que no lo merece. Y no soy yo la única que duda de la importancia de la reunión. La propia Bolsa lo demostró ayer pasándose por el arco de seguridad el acontecimiento político de la semana y pegando, así, un nuevo saltito hacia abajo. Y si lo dice la Bolsa, por algo será. O no será, pero nos fastidiará a todos. Por decirlo finamente.

Lo que me dejó trastornada ayer en Moncloa fue la sincronía de glamour entre los dos líderes. Traje azul y corbata a rayas. ¡A rayas! Los dos. En tonos azules. Oh, my God. Eso no puede ser casualidad. Tiene que significar algo pero no consigo saber qué. Las rayas eran oblicuas, ni verticales ni horizontales. ¿Psicodelia quizás?

Y qué decir del apretón de manos. Por un momento temí que ZP le descoyuntara a Rajoy con ese vaivén fogoso y con fruición. Era más Mr. Bean que nunca. No sé si por nervios, por necesidad de salvavidas o por carencia de mimos pero ZP mostró una agitación inquietante. ¿Serán los campos electromagnéticos de la pulsera “Moncloa balance”?