A 48 horas de conocer los nominados a los Goya, no hay más que echar un vistazo a las películas candidatas para convertirse en militante contra la Ley Sinde. Y conste que la abajo firmante pocas veces va al cine a ver películas de Hollywood, siempre que puede huye de las multisalas en centros comerciales y jamás compra palomitas, ni tan siquiera para ver Toy Story.
O sea, que prefiero el cine español, el europeo y el latinoamericano antes que el comercial estadounidense. Y sin embargo algunas producciones de este año me descorazonan y me pregunto por qué no hay una posibilidad de ver esas películas a precio reducido en la web. Son las típicas tramas absurdas, guiones de colegiales e interpretaciones de muñequitos de tarta de boda: monísimos pero inexpresivos.
Por una película así no merece la pena no solo pagar la entrada sino, sobre todo, salir de casa. Tampoco comprarla -no la veremos más que una vez- pero sí tenerla disponible ‘online’ por un precio simbólico para emitir un juicio sin aspiraciones analíticas ni hermenéuticas.
Serían necesario también tener disponibles diez minutos de película, como los libreros ofrecen de una novela para leer y ‘enganchar’ al potencial comprador. No digo un tráiler que disfraza el aburrimiento seleccionando las escenas más impactantes sino los diez primeros minutos. Si una película es un bodrio podemos llegar a intuirlo en el planteamiento. Es verdad que el sistema no excluye el error pero reduce su margen.
De lo contrario, el visionado de una mala película en el cine tras haber gastado un dinero que bien podría redondear una buena cena o tras haber salido de casa en una tarde lluviosa más propia de mesa camilla puede promover el rechazo o sencillamente animar a la piratería.
En la edición de los Goya 2011 hay películas que algunos no veríamos ni gratis y pagar por ellas es como ir al restaurante y que no nos guste la comida. Para no volver.