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María José Pou

iPou 3.0

A dormir, Coco

Se lo decía todas las noches para que se tumbara en su colchón: «¡a dormir, Coco!» y ella, sumisa, se arremolinaba y metía el hocico bajo la cola. Coco era mi perra que ayer se despidió después de 17 felices años.

Ayer, para que no se asustara, también le dije eso de «a dormir, Coco» como si fuera una noche más, pero sabiendo que ya no iba a despertar. Hoy espero que lo haya hecho junto a San Antoni del porquet. Así se lo pedí al santo cuando la llevé, por última vez, a bendecir en Russafa hace apenas unos días.

Durante los últimos cuatro años ha sido una perra vieja y enferma. Pastillas y jarabes cada doce horas. Análisis, radiografías y hasta acupuntura. Quizás demasiado, pero cuando me la quedé, asumí que nuestra vida juntas comenzaba en aquella mañana de junio con una cachorrita de un mes y terminaría, como lo ha hecho, con una perra geriátrica a la que le fallaban los riñones.

Su mirada buscándome en los últimos días, cuando se sentía mal, me hacía pensar en tantos perros abandonados que no solo sufren los daños de un atropello o del maltrato sino la angustia de pensar que ése que compartía con él juegos y caricias se ha ido y no volverá.

Ella, hasta en los últimos días, iba al pasillo para esperarme y movía la cola, postrada ya junto a la estufa, sin ánimos para saltos ni carantoñas pero feliz de volver a verme. No quiero ni imaginarla morir sin que yo la mirara a los ojos como hice ayer.

Es la ventaja del perro: nos da una lección de vida en menos tiempo que los humanos. Con Coco, he disfrutado su juventud, llena de vitalidad, de juegos, de largos paseos y de carreras por el cauce del Turia. Luego vino la calma de la madurez y más tarde la vejez: las noches sin dormir por su tos, mi paciencia para superar su negativa a comer y, por fin, la despedida.

A dormir, Coco, y, cuando yo llegue, sal a recibirme a las puertas del cielo con la misma escandalera de siempre.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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