Aunque nos sentimos impotentes cada vez que conocemos un caso de violencia extrema de género, esto es, una muerte más, hay pequeñas noticias cotidianas que deberían confortarnos.

Una de ellas se produce cada vez que un juez impone castigos por conductas que sin suponer la brutalidad del asesinato, conducen a la muerte en vida de la víctima.

Lo recuerda muy bien mi compañero de columnas José-Antonio Burriel cuando alerta del riesgo de focalizar la atención solo en la consecuencia última de la violencia machista. Solo entonces parece que nos revolvemos contra esa realidad cuando en el fondo la muerte es el final de un camino amargo y terrible que los maltratadores imponen a las mujeres.

Por eso conocer esa sentencia de la Audiencia de Alicante por la que condenan a un hombre al amenazar a su mujer «por no tener la cena preparada y habérsela tenido que preparar él» es una gota en el océano pero es una gota de bálsamo.

Lo que nos enciende es ver el argumento de la cena. Dice la sentencia que es un intento de humillar y de vejar. Y yo añado: y de mostrar a todo el mundo lo cretino que es el tipo.

El problema es la existencia de esa mentalidad que no solo otorga a la mujer la condición de ‘robot de cocina’ sin cables sino que exige un rol impuesto por él. ¿Luego decimos que si el velo islámico se impone? ¿Y qué pasa con estos velos invisibles de Occidente?

Esa forma de ver a la mujer y de obligarle a servir es lo que se intenta cambiar con educación y leyes. Por eso que la encontremos en un anciano no es aceptable pero sí comprensible dada su formación pero no en generaciones posteriores que se han educado en el mayo del 68 o en la España de la movida. Por no hablar de quienes tienen ahora 18 años y siguen pensando que su pareja es su posesión.

Por ello no solo debemos esperar sentencias así sino difundirlas y reírnos del imbécil que no es capaz ni de hacerse la cena.