Nuestra sociedad está empezando a ser consciente del potencial de nuevas figuras que, en principio, formaban el universo aparte de un grupo menor de personas. Aunque no estoy del todo conforme con si realmente somos pocos y pocas los que nos hemos salido de la norma establecida regida por las marcas de ropa mayoritarias y las celebridades auto-impuestas, lo curioso es cómo están comenzando a implantarse y degenerarse este tipo de cultura minoritario. Su valor humano y reflexivo se está convirtiendo en mero ruido de cajas registradoras. Los viejos ídolos no sirven, están demasiado usados y desgastados y la gran maquinaria de héroes necesita una renovación.
Para muestra, un botón. Hace un par de semanas me crucé con un niño de unos 8 años en el trabajo. Llevaba una camiseta del Capitán América. Yo, sabedora como buena friki que el Capitán América es un personaje complejo, con una humanidad rebosante y que aporta unos valores dignos de mención en estos tiempos, le pregunté, inocente de mí:
-¡Qué chulo, llevas una camiseta del Capitán América! Yo tengo muchos comics de él. ¿Cuál te has leído tú?
El niño se mira como si yo fuese extraterrestre y encoje los hombros. Su madre, que me escucha, me dice:
– No se ha leído ninguno. Sólo tiene la camiseta porque le gustó.
En ese momento, sentí una tristeza enorme. Me di cuenta que la comercialización de personajes que, anteriormente, estaban restringidos a un área poco rentable y que sólo valoraban una franja minoritaria de personas, se han expandido para la mayoría pero dejando de lado cualquier signo personal inherente a ellos. La caracterización y personalidad de cada figura se ha perdido en el proceso de transformación comercial. Y sentí tristeza porque el valor verdadero de las buenas cualidades que intentaban transmitir esos personajes en los comics no ha llegado a las nuevas generaciones. Estamos creando ídolos vacíos, capaces sólo de vender una imagen distorsionada de sus cualidades originales.
Y me pregunto si esto también está sucediendo con ciertas obras de arte contemporáneo. Si estamos vendiendo ideas corruptas de su propósito primario. Recuerdo una leyenda negra que leí hace tiempo sobre la obra del Guernica, de Picasso. Se cuenta que el lienzo fue pintado por el artista sin el significado que ahora se le da. En un primer momento, Picasso creó su lienzo, de grandes dimensiones, y lo mantuvo almacenado un tiempo porque no sabía qué uso darle hasta que sucedieron los bombardeos de la localidad de Guernica. Picasso, como buen manager de su obra, aprovechó la coyuntura y retituló a su obra con el nombre de dicha localidad, denunciando así los horrores de la guerra con su creación. Claro está, sin datos exactos y fiables, es una fuerte acusación hacia el gran genio del cubismo. Esto sirve sólo como un gran ejemplo de las múltiples lecturas y definiciones que han podido distorsionarse a lo largo de los años y de generación en generación.
Por ese motivo, me parece interesante el enfoque que da sobre el mundo del mercado del arte contemporáneo el autor Don Thompson en su libro El tiburón de los 12 millones de dólares. El análisis sobre la compra-venta del arte que diagnostica este profesor experto en economía y marketing me parece revelador y desgarrador al mismo tiempo. En él, nos aporta distintas visiones y versiones sobre la venta -fraudulenta o no- de obras de arte contemporáneo y moderno. Normas sencillas de deducir si nos encontráramos ante una transacción normal y diaria de nuestras vidas comprando en el supermercado -donde a muy pocas personas se les engañaría- pero que somos incapaces de reflexionar en un entorno tan hostil para la mayoría de nosotros y nosotras como es el mercado artístico y con un manejo de cifras de siete números tan escandalosas.
Y mi pregunta, como educadora artística, es: si supiéramos con certeza sobre los orígenes del significado de las figuras, las piezas de arte, las lecturas y los ídolos que nuestra sociedad genera días tras día, ¿seríamos capaces de detener esa ola consumista que nos vende definiciones e imágenes falsas, mediocres o simple y llanamente, tomaduras de pelo? ¿Sabríamos exprimir el sentido real de las cosas y las teorías, de los personajes y de las personas para un buen uso personal y profesional? Francamente, no lo sé; aún no he terminado de leer el libro y puede que le pida demasiado. Pero os seguiré informando si existe aún un arte contemporáneo que pueda aportarnos practicidad, y la esperanza para los y las que creemos que Capitán América es mucho más que una figura estampada en una camiseta.
Lidón Sancho Ribés.