Anonadada me quedé cuando me llegó en octubre del año pasado una invitación de un museo a su nueva exposición, dedicada a la presentación de los nuevos equipamientos de fútbol de 2ª y 3ª División de la provincia de Valencia. ¿Perdón? A ver, sé que voy a ganarme enemigos con este comentario: a mi no me gusta para nada el fútbol pero, ¿de verdad los seguidores de este deporte pueden argumentarme positivamente si unos nuevos uniformes pueden conformar una exposición de cultura para un museo? Porque a mi me parece la monda que se utilice un espacio expositivo para esto. El área de cultura de la Diputación de Valencia (que controla dicho espacio, todo sea dicho, como su feudo particular) debe de haber perdido la brújula que marca el camino hacia lo que es cultura. Es cierto que para algunos eventos, objetos o tradiciones es difícil marcar la línea de lo que es cultural de lo que no lo es. Pero creo que en este caso, no estamos en esa situación de difícil valoración artística.

Y esto no me indigna porque no sea de mi agrado este deporte por motivos varios. Pero, señores y señoras, me gusta el enduro y tampoco creo que sea lícito colgar la moto del campeonísimo Iván Cervantes y su equipamiento en las paredes de un museo. Con la cantera sublime que tenemos de jóvenes artistas saliendo de nuestras escuelas y que gastemos el dinero en sinsentidos como este…

Luego saldrá por ahí algún moderno localista que me dirá que es cultura popular. Popular como los gladiadores en Roma y los sacrificios en la arena…y el entretenimiento al vulgo: pero los romanos, hace ya muchos siglos, tenían claro lo que era una obra de arte de lo que no. Seguramente en sus palacios no colgaban los trofeos o vestiduras de los luchadores del Coliseo, a pesar de estar muy bien considerados en su sociedad como los jugadores de fútbol, porque reservaban sus pasillos para los grandes artistas con los que contaban.

No hace falta gastarse mucho dinero en contratar artistas para nuestros museos: pagar una millonada por la exposición de un o una artista es una creencia errónea. Del mismo modo que, con esta crisis, hay que echar mano del tendero de abajo o del bar de enfrente para crear vecindad y dar beneficios a los que están más desprotegidos, igualmente se puede hacer con los artistas que tenemos cerca de nosotros y nosotras. También con artistas de renombre, con una calidad en sus trabajos sublime, que están dispuestos a negociar un canon de préstamo por sus obras. Pero hay que atreverse a buscar y a preguntar porque preguntar no es ofender.

Los comisarios y comisarias también sabemos apretarnos el cinturón. Incluso conozco casos de compañeras mías que no han cobrado un céntimo por el montaje de una exposición pero que se han conformado felizmente con engrosar su currículo con exposiciones cultural y socialmente interesantes. Sin embargo, en ciertos sectores como en el área política, ya veo que trabajar por amor al arte ya no se estila. Y enriquecer un currículo tampoco, ya que parece que les basta con plantar cualquier cosa sin llegar a realizarse un planteamiento intelectual. No hace falta tener carrera en Bellas Artes para ostentar un cargo político que conlleve un manejo del sector cultural de forma decente, sólo hace falta ilustrarse un poco y tener capacidad resolutiva para hacer las cosas bien, baratas y buenas, algo que saben hacer muchas personas en el mundo pero que la clase política parece incapaz de cumplir. Como todo en lo demás que hacemos el vulgo, que asiste a las peleas de gladiadores: tener comida en la mesa con cuatro duros y además ser creativos para que sea deliciosa y sana. ¡Cuánto tienen que aprender los políticos en gestión de las magníficas amas de casa! Pero que les cobren, que ya estará bien de montar cultura gratuita hecha por personas que se ganan el pan con ella.