Pocos artistas como Enriquillo Rodríguez Amiama logran que vuelva a recobrar la esperanza en el arte como herramienta para la paz. Artista dominicano internacional, cercano en el trato, cariñoso, generoso y luchador como nadie, consigue que conciencia y arte estén al servicio de la mejora del mundo, de la educación en los valores que siempre han ensalzado al bien común.
Su amor por la naturaleza, su fe (casi ciega) en las sociedades como generadoras de buenos propósitos se plasma en cada obra que se expone por todo el mundo. Su calidad artística es fruto, según él, de un 10% de talento y un 90% de esfuerzo y tenacidad. Pero para mí, ese 90% está lleno de talento también. Un talento de hierro para tener las suficientes fuerzas, que otros y otras hemos perdido por el camino, en la lucha por conseguir unos nuevos paradigmas sociales desde la difusión del arte. Su afán por descubrir cosas nuevas e ilusionarse por ellas lo ha convertido en un artista completo, creando instalaciones, vídeos, performance, pintura y nuevas tecnologías para otro afán aún más grande en él: comunicarse con su público de manera eficaz y, sobretodo, útil.
En el mundo del arte existen muchos y muchas artistas que no valoran esa conexión entre ellos y su público. Pero Enriquillo sabe que sin su público, el arte está muerto. Él está al servicio de lo artístico en todas las facetas que el arte requiere: profesor, artista, performer, comunicador y amigo. Un todo que hace de su obra una creación completa. Su veracidad a la hora de crear lo hace auténtico, como es auténtica su voluntad de denunciar temas tan preocupantes como la violencia de género, los problemas ecológicos o la banalidad económica de nuestra sociedad.
Seguiremos hablando de su obra para que podáis entender a qué me refiero con que Enriquillo es la última esperanza en el arte. Porque sólo la humanidad de la persona hace a sus creaciones poderosas.