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Lidón Sancho

Más vida que arte

Edipo sin esfinge

Mi marcapáginas de Medea ha encontrado a Edipo sin esfinge, sin casualidades (porque no existen); un libro de relatos del escritor Javier Caravaca que ha logrado levantar mis ganas muertas y hastiadas de abrir libros en cualquier librería y cerrarlos al minuto con una sensación mezclada de tristeza y náusea agarrada a mi estómago.

No, no ha sido un encuentro fortuito al modo de la pareja de Cuando Harry encontró a Sally, un largometraje que he logrado odiar por la sobada importancia que le han dado a ese orgasmo fingido de Meg Ryan: ni que fuera la única que lo ha hecho en cine tan divinamente, ―que se lo digan a las actrices porno y sus magníficos gorgoritos―; nunca he creído en un destino aleatorio sino, más bien, en esa visión de los acontecimientos que son como los dibujos de unir puntos y que acaban conformando una figura, antes difusa.

Los escritores, y más los poetas, somos unas personas vanidosas, como decía Nietzsche: nos da igual que sea un pavo real el que escuche recitar nuestros versos, un bisonte o las olas del mar. Sin embargo, entre los escritores nos alentamos y nos inspiramos mutuamente y Javier Caravaca ha vuelto a devolverme la esperanza de una literatura plagada de raíces clásicas a través de los múltiples guiños que siembra en sus cuentos sobre seres mitológicos, una buena dosis de realidad echada a la cara de malas maneras y una ironía que es la sal de la vida para ahuyentar el aburrimiento y la depresión.

Sin duda, he tenido que tragar saliva y contener el aire en algunos relatos para tener el desatino de sumergirme en ellos, construidos con el horror como material y la desesperanza como hilo argumental ―algo que me ha fascinado y me ha espantado a la vez, como seres de luz y de sombra que somos―; otros me han causado una excitación entre mis recovecos y esquinas, entre mis neuronas y el pálpito de la sangre bajando hacia donde morimos todos de amor o de culpa.

A Medea no le ha dado tiempo de reposar entre sus páginas (pobre Medea, siempre sin descanso y entre desgracias) pues me lo zampé en una tarde alargada de frío y manta. Y, entre sus narraciones, vislumbré el inconsciente del escritor, en sus palabras que salen desde las vísceras y la rabia, o desde el placer y sus potencias.

Edipo sin esfinge, de Javier Caravaca

Es muy difícil escribir en estos tiempos cuando no existe pausa y nos rodean tantas pantallas reclamando el alma que vendimos hace tiempo. Por eso, la valentía de Caravaca al hacernos sabedores de un mundo con poca pasión y ética es bien loable y arriesgada; con ella nos relata esas sendas que necesitamos transitar para sobrevivir como especie.

Su prosa es cinematográfica, líquida y trabajada pacientemente ―me lo imagino a través de una copa de vino en la lobreguez de una estancia, inventando sueños sin cumplir y maneras de despertar a las musas dormidas― y su atrevimiento en el vocabulario es una punzada en el costado que te obliga a levantarte y revisar de nuevo vocablos olvidados en los dos volúmenes de la RAE que tengo en mi estantería: aguardan entre mi cristalería de vino que espera a ser llenada por el líquido ancestral mientras leo sus páginas empapadas de sensualidad y de demasiadas verdades olvidadas.

Ay, el olvido…nunca nos consuela por culpa de los escritores.

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Por Lidón Sancho

Sobre el autor

Me dedico al ARTE en mayúsculas porque inunda toda mi vida: soy poeta y escritora; comisaria de exposiciones y docente; canto, bailo, aprendo a tocar la guitarra, leo hasta caer desfallecida... Sé que la vida va más allá del arte (de ahí el nombre del blog) pero también sigo creyendo que la cultura es lo que nos salvará de la bestialidad.


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