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Lidón Sancho

Más vida que arte

Todos los que mataron a Don Quijote

Visiono fascinada el largometraje El hombre que mató a Don Quijote, del director Terry Gilliam temiendo que los expertos de la gran obra literaria me apaleen por la cantidad de licencias estilísticas contemporáneas que Gilliam desgrana en su película y que a mí me parecieron curiosas y divertidas pero que no recuerdo si son fieles al Cervantes que conocemos.

 

Leí El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha con calzador, es decir, obligada por el profesor de literatura de tercero de bachillerato y este, a su vez, forzado por la enjundia de semejante obra literaria. Y no podías escapar de su relato, pues cada tres capítulos había examen de por medio (que es el mejor método para aprender y, sobre todo, disfrutar de una materia concreta, ¿verdad?). Por lo que, como empatizarán conmigo, sabrán que ni lo disfruté ni tuve el sosiego para desgranar los miles de mensajes, bellezas y desgracias que en él acontecen.

 

Por eso, ver en los fotogramas a un Adam Driver convertido en el escudero Sancho Panza (y del cual ya me enamoré con su interpretación en la serie Girls y comprendí todo su potencial como actor) y un Don Quijote encarnado por la mismísima bestia parda de la interpretación que es Jonathan Pryce es un gran comienzo, al menos para mí. Y lo supe porque, a medida que la película avanzaba, me entraron unas ganas irrefrenables de saltarme la cuarentena e irme a casa de mi madre a por los dos volúmenes cual forajida. Obviamente, luego me sentí una mala hija al querer moverme por la mera pulsión de una lectura y no por el amor materno que es oro líquido. Supe, al fin, contenerme y saber disfrutar de las imágenes del largometraje que se desplegaban ante mí como la cola de un pavo real con sus excesos y atrezos casi imposibles.

Adam Driver y Jonathan Pryce

Reí y lloré por la ternura que el director ha puesto en cada secuencia y le admiré por los sudores que le costó cristalizarla (casi veinte años de camino para llegar hasta ella). Pero, ante todo, me hizo reflexionar por otros senderos que aquellos basados en la obra de Cervantes y que me desnudan ante lo que soy: una socióloga. Y es que todos, en cierto modo, hemos matado al Quijote. No porque ya nadie se atreva a leerlo, ni siquiera a oler sus páginas cargadas de sueños, sino por el simple hecho de que la nobleza de ese hidalgo maltrecho pero digno, caballeroso con las mujeres, valeroso en las afrentas, generoso en vocablos elaborados y diligente en enseñanzas adonde fuera y con quien fuera, enamorado hasta las trancas de toda belleza, seguidor de ensoñaciones e incansable aventurero ya no existe en nadie que conozca. Alguien dijo, en un momento dado, que todos los españoles somos unos quijotes. ¡Qué más les gustaría a los hombres ser como él! Yo solo nombraría a alguien que se le asemeja poderosamente pero guardaré el secreto, no vaya a ser que vengan los gigantes a presentarle batallas imposibles de ganar, muy propio de este país donde solo matan a los valientes.

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Por Lidón Sancho

Sobre el autor

Me dedico al ARTE en mayúsculas porque inunda toda mi vida: soy poeta y escritora; comisaria de exposiciones y docente; canto, bailo, aprendo a tocar la guitarra, leo hasta caer desfallecida... Sé que la vida va más allá del arte (de ahí el nombre del blog) pero también sigo creyendo que la cultura es lo que nos salvará de la bestialidad.


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