Maltrátalo.
Dale donde más le duele.
Somételo a una resistencia titánica y búscale los puntos débiles para inundarlos de cansancio.
Apriétalo en sus esquinas y recovecos.
Vuélvelo en tu contra, retorciendo sus partes hasta crear una geometría desmadejada.
Llénalo de humo.
Ahógalo en alcohol barato y que flote en un mar donde no hay esperanzas posibles.
Prívalo de sueño y de que sueñe.
Somételo a la oscuridad de la habitación. Exponlo al sol más alto de la mañana.
Agótalo en la noche con miedos y fantasmas esperándote en el pasillo.
Desequilibra sus bordes con un amor desesperado, con una espera infinita.
Muéstralo a un espejo que te odia y que tú desprecias.
Envuélvelo con amantes torpes y besos ensalivados de tierra.
Entiérralo en futuros inciertos y en destinos terribles.
Trátalo con dureza, con indiferencia, a latigazos.
Quítale la compasión de sus manos y lánzala a los perros del alma, para que la devoren.
Devóralo, muerde la piel cercana a tu boca, mastica tu sabor para entenderte.
Engúllelo, no dejes nada para nadie.
Cúbrelo con palabras ajenas para que no encuentren las tuyas y te delaten.
Que nadie sepa qué haces con tu cuerpo, albergando un alma única.
Que nadie sepa qué haces con tu alma, albergando un cuerpo finito.
Ese cuerpo que sometes, maltratas, devoras, entierras, desequilibras… para sentirte viva.