Era un curioso espectáculo ver como aquel niño corría desaforadamente tras la pelota movido por un impulso que le llevaba a desarrollar todas sus energías para alcanzarla. Sin embargo momentos antes parecía no haberle interesado aquel objeto de goma redondo que estáticamente permanecía en una de las esquinas del patio. Comenzó todo cuando otro chico al pasar cercano a la pelota se giró hacia ella y la golpeó, primero con suavidad hasta la pared más próxima, repitió la acción al primer rebote, y en la tercera ocasión, cuando parecía tener más claro que le daría con más potencia, erró parcialmente saliendo por los aires en una dirección distante, llamando entonces la atención del que ahora corría tras ella.
Fue como un resorte que al percatarse de su carrera varios niños circundantes se lanzasen al unísono hacia la pelota, como si una orden magnética invisible les hubiese impulsado a alcanzarla, uniéndose después otros chicos que se sumaban a la algarabía de la carrera por conseguir ser alguno de ellos quien la golpease de nuevo.
Hay mecanismos complejos en nuestro comportamiento que tienen condicionados componentes de reacción grupal y de imitación. No solo en los niños sino en todas las edades. Es típico estar deambulando sin intencionalidad de comprar y de repente percatarse como aquello que habíamos mirado con curiosidad despierta el interés de un tercero, que se apropia momentáneamente del objeto dudando si llevárselo. Si éste mira de soslayo a su alrededor y percibe que alguien está a la espera de que abandone la pieza, posiblemente se afianzará mas a ella a la par que el primer interlocutor aguarda con aparente disimulo que suelte el objeto para entonces hacerse con el mismo y decidir si quedárselo.
Cuando la confrontación se hace más evidente las posturas se hacen también más rígidas, se perciben como sujetos competidores y quién sabe si uno de ellos tomará la decisión precipitada de una compra en principio no deseada, pero que al final ejecuta ante la posibilidad de una pérdida que subconscientemente no acepta.
En el ser humano la capacidad de frustración a veces no es fácilmente superada, dejándose llevar por el primer impulso cuando además está azuzado por el comportamiento de los que les rodean. Se crean competiciones muchas veces inútiles pero que en la refriega pueden causar estragos por el énfasis que se pone. Otras a veces un simple gesto, o el franco abandono del interés de uno de los contendientes, hace que los deseos se esfumen inopinadamente por ambas partes y el codiciado objeto quede relegado a la indiferencia de los que antes le anhelaban.
Tal vez ese niño que al principio veíamos corriendo tras la pelota consiga golpearla en competición con los que al verle han tratado de ganarle la partida. Quizás se vea desbordado de inmediato y abandone. Tenemos que aprender a saber apreciar que efectos produce en su raciocinio la consecuencia de alcanzar o no los logros que persigue. Enseñarle que los éxitos pueden ser azarosos o que no importa tanto conseguirlos, y menos a la primera. Experimentar cuando la decisión es oportuna conlleva un aprendizaje muy instructivo, como cuando un animal depredador experimentado vigila a su presa hasta el momento óptimo de lanzarse sobre ella.
La competencia en edades tempranas no es necesariamente baladí y aunque la acción sea simple, conseguir o no el logro puede condicionar actitudes que hagan necesario su análisis. Por tanto si es tu hijo quien corre tras la pelota piensa no solo en el hecho de que trata de golpearla como intentan hacer los demás, sino también que todo eso puede ser un motivo de reflexión por tu parte para conocerlo mejor.