Parecía increíble, o más bien gracioso, lo que constaba como motivo de consulta en el volante de petición. Referían que iba por la vida “cazando moscas”, escrito así literalmente y sin otros síntomas relevantes acompañantes, siendo un término empleado coloquialmente para los despistados, los inconsistentes en sus acciones o que hacen las cosas sin un fin determinado. De esa guisa todos nos hemos encontrado con estos personajes por la vida, pero más bien refiriéndose a personas adultas, siendo lo curioso que en este caso se refería la expresión a un pequeño de 7 años.
La frase de cazar moscas parodia a muchas personas que presumen de buen hacer y no hacen nada, a los que se les llena la boca con intenciones, pero sin contenido y sobre todo sin hechos, que suelen dejar pasar el tiempo mientras van anunciando una cosa tras otra sin conseguir fruto alguno. Como los que van vendiendo humo a veces con la impresentable intención de permanecer en un cargo o función sin apenas presentar logros. En fin que van por la vida como si de verdad fueran cazando moscas y sin consistencia en lo que dicen y hacen, pero ahí están, quedando a expensas de si el sufragio les apeará o no de la poltrona..
Volviendo a nuestro personaje ocurrió que la anulación de otra consulta ya programada motivó adelantar su visita con la expectativa de ver la realidad de los síntomas. Eran muy simples y decían que se manifestaban tanto en casa como en el colegio y en ocasiones nada mas cruzar el umbral de la consulta médica. El niño cada cierto tiempo, movía la palma de la mano abierta delante de su cara, lanzándola al vacío con intención de coger algo como si hubiese objetos volando, viniendo por ello a cuento el término citado para su visita.
No fué el primer día de la consulta cuando se pusieron de manifiesto los síntomas, como ocurre cuando el coche no hace aquel ruidito tan peculiar que nunca se oye en presencia del mecánico. En el historial clínico destacaba una problemática social conflictiva, que daba pié a pensar en una somatización que pudiese estar asociada con su extraño comportamiento. Tenía además estudios previos, como una resonancia cerebral y un registro electroencefalograma (EEG), sin hallazgos inespecíficos. Se solicitaron registros de control y una valoración psicológica, pero a las pocas semanas llegó una consulta similar de su hermano menor que también presentaba los mismos síntomas, lo que daba pié a pensar que tendrían que ver con las atenciones que se le estaban prestando al primero, y que por ello el segundo también mostraba su reclamo.
Fue en la segunda visita conjunta cuando los síntomas florecieron en ambos niños, siendo relevante como de forma dudosamente involuntaria movían sus manos abiertas delante de la cara, más notablemente cuando entraban en el despacho donde había más luz y les daba en el rostro. Ese día la madre estaba confusa, parpadeaba mucho, y a veces parecía estar ausente. Efectivamente era una paciente epiléptica que no lo había manifestado y estaba muy descontrolada. Inmediatamente se hicieron sendos EEG a los hijos y con la foto estimulación luminosa intermitente mantenida mostraron descargas eléctricas de naturaleza epiléptica, confirmándose así una epilepsia fotosensible en ambos, por la que fueron tratados llegándose a controlar sus síntomas.
La epilepsia se manifiesta por crisis epilépticas que varían de sintomatología según el área donde se producen las descargas neuronales descontroladas. En estos casos no suele haber localización especial y las anomalías aparecen como respuesta y sensibilidad exagerada ante la luminosidad intermitente, habiendo tenido mucho eco mediático la de aquellos niños que habían tenido crisis viendo una famosa serie japonesa de dibujos animados, que no era provocadora de epilepsia como tal, pero sí que desenmascaraban las de los niños que tenían una epilepsia fotosensible de forma latente.
Es destacable que en ocasiones con las descargas de estas epilepsias los pacientes perciban sensaciones curiosamente placenteras, de ahí que las primeras descripciones de este tipo de epilepsia fotosensible, que vienen de la época de los esclavos romanos, describen que se colocaban empujando los carros en el atardecer poniéndose al otro lado del sol para que los radios de las ruedas les produjesen los efectos de la luminosidad intermitente, como cuando ahora se conduce al atardecer en una carretera con árboles. Actuaban como nuestros niños que de forma automática se auto provocaban descargas cuando, frente a una mayor luminosidad, agitaban la palma de la mano con los dedos extendidos como para cazar moscas.
Mucho nos tememos que si hiciésemos un electroencefalograma a aquellos sujetos a los que nos referíamos al comienzo que van por la vida como “cazando moscas”, el registro sea normal y, en consecuencia, que tengan poco remedio.