La vida va pasando sin apenas darnos cuenta y no nos percatamos de las cualidades de los que tenemos a nuestro alrededor, personas de las que merece la pena analizar su vida y valorar lo que realmente representan en nuestro entorno, de lo que han hecho y de lo que posiblemente continúan haciendo.
El punto ineludible de volver la vista atrás para percibir muchas cosas de los que nos rodean suele ser el momento de su óbito. Es entonces cuando todo se vuelve en alabanzas y en análisis más o menos condescendientes sobre las cualidades de la persona que nos dejó. Sin embargo ya es tarde para habérselo dicho abiertamente y para sincerarse con esa persona, lamentándonos entonces no haber profundizado mas en el personaje que ha vivido a nuestro lado, cuyas cualidades ahora emergen por doquier, avivadas por los comentarios que espontáneamente surgen de su entrono.
Qué bueno era, que inteligente, como se le quería, que pena que se haya ido.. etc, etc.. cuando en realidad nunca se le había dicho antes de forma tan ostensible lo mucho que pesaban sus cualidades.
Yo he tenido la oportunidad de hacer algunos obituarios de amigos y colegas relacionados con la profesión, y es después cuando uno busca con mas avidez las cualidades del prójimo, dándose cuenta mejor de las valías que había en sus haberes. De esos infortunios han surgido análisis muy positivos para ejemplo mío y de los demás, aunque al que nos ha precedido de nada le vale y en nada puede ahora apreciar. Es entonces cuando uno valora más las cualidades del que se fué, que crecen con las aportaciones de los demás en consonancia aumentativa con lo bueno que uno logra destacar. Y sin ya remedio uno se pregunta el porqué no se nos ocurrió antes destacar todo lo bueno que tenía aquella persona que nos precedió en la despedida definitiva.
Una alternativa pragmática es ir escribiendo obituarios de la gente aún con vida y aunque parezca un contrasentido en el fondo no lo es. Sería una forma de meternos realmente en situación de lo que supondría la pérdida de esa persona, un ejercicio mental que deberíamos practicar mas a menudo con aquellos que nos rodean para así valorarlos como se merecen, pues se corre uno el riesgo de llegar tarde al tren que parte con el obituario repleto de oropeles, pero ya sin retorno.
Pensemos más en las cualidades de los demás, de los seres que apreciamos y que, aunque a veces nos irriten, su aspectos positivos pueden superar con creces los negativos. No mas homenajes cuando uno está en el declive de su vida de los que apenas se entera, ni ya le interesan. Anticipémonos, usemos el sentido de planificación ejecutiva de la función del lóbulo frontal cerebral y no esperemos al pitido de salida del tren.
No aguantemos hasta que los que nos preceden se hayan ido para entonces alabarlos, pues del ejemplo de sus cualidades aprenderemos a estimular las nuestras para así mejorar. Valorando debidamente a los demás y haciéndoles partícipes de ello, así como manifestándoselo a los que les rodean, estimularemos nuestra imagen en espejo de lo positivo, pero cerrando el paso a la envidia, un gran mal endémico en nuestro país que parece que en algunos casos solo se cura cuando ven salir a su homónimo con los pies por delante.
Con estos planteamientos me he puesto a escribir en secreto obituarios de personas que conozco. Ellos no lo saben pero estoy aprendiendo a conocer mucho mejor sus virtudes aumentando así el cariño y las posibilidades de disfrutar de la compañía de los seres queridos y conocidos que me rodean.
Pruebe usted a hacer a escondidas el obituario de su pareja, de su amigo, de su hijo, verá como aprende a valorarlos mejor y a disfrutar más de su presencia antes que sea demasiado tarde. Y si tiene la autoestima baja, hágase el suyo propio y verá que bien le sienta.