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Fernando Mulas

Mi hijo me llama

APRENDIENDO A MENTIR

     A menudo nadie quiere decir la verdad de algunas cosas a pesar de que la mayoría de los que las conocen son bien conscientes de la mentira de los hechos, siendo ello más habitual en determinados ambientes sociales donde las apariencias tienen mucho valor y donde las mentiras a voces, como los secretos así tipificados, se aceptan de forma ambigua, cuando no abiertamente se toleran.

     Estas consideraciones pueden ser válidas en el contexto de los adultos donde la verdad puede dejar a muchos en evidencia, en contraste con la actitud de los niños que, cuando son pequeños, muestran un pensamiento menos elaborado y más simple, por lo que suelen decir siempre la verdad. Asumimos por tanto que un infante no miente, que no sabe mentir o al menos que en principio no está preparado para hacerlo. Pero llega un momento de su madurez en que empieza a mentir e incluso se jacta de ello como una gracia a modo de preparación para cuando posteriormente lo haga de forma más elaborada.

     ¿Pero porqué y cuando empieza un niño a mentir más a menudo, pasando de una actitud de juego a convertirse a veces para los padres en una pesadilla? Evidentemente no todo el mundo sabe ni está preparado para mentir, hace falta un mínimo grado de madurez y de evolución en el neurodesarrollo para mentir de verdad y con éxito. En primer lugar es difícil mentir cuando no se percibe claramente a los demás como diferentes de uno mismo, como ocurre con los niños autistas y queda explicado por la denominada “teoría de la mente”, siendo incapaces de mentir como ocurre también con los muy discapacitados, aunque éstos aprendan a hacerlo más fácilmente.

     Se empieza a mentir cuando se madura, por lo que la mentira en sus comienzos debe contemplarse como algo positivo que en los niños indica el comienzo de las experiencias del raciocinio propio, superando el condicionante animal innato que todos tenemos de decir siempre la verdad.

     Mentimos cuando voluntariamente y de forma más racional queremos evitar algo que pueda perjudicar nuestro interés o el de quien protegemos, de ahí la insistencia de los jurados en reclamar bajo pena de delito el decir “la verdad y toda la verdad”, estando solo tolerada la mentira cuando uno mismo es el acusado. Todo lo contario del testigo no imputado que obligatoriamente en un juicio no puede mentir pues se  arriesga a una elevación a juicio por falso testimonio, cuya acción desafortunadamente no se persigue como debiera y por eso los testigos apenas son considerados, con lo que todos pierden tiempo y esfuerzos.

     Volviendo a los niños tenemos que enseñarles a mentir razonablemente para que aprendan a controlar esa peculiar sensación que antes o después se les presentará en la vida y tienen que saber manejar, como se esforzaba la voz de la conciencia de Pepito Grillo sobre Pinocho. Por otra parte las mentiras muchas veces se consideran como “piadosas” porque decir la verdad en algunos casos puede ser contraproducente y hacen tanto mal como el hecho de la propia mentira.

     Aprender a mentir de forma lógica y selectiva supone un ejercicio del control inhibitorio que modula lo que racionalmente uno estima que debe hacer, analizando si procede en un momento determinado decir toda la verdad de lo que uno piensa, siendo penoso ver a algunos “personajes” a los que todo lo que se les pasa por su hipocampo les sale sin filtros por su boca. Como complemento negativo a lo expuesto estaría la mentira sistemática, sin sentido lógico, lo que acaba definiendo a la persona como “mentirosa” y sin credibilidad alguna.

      Bajo estas incongruencias sobre la verdad y la mentira hemos de enseñar a madurar a nuestros pequeños que van creciendo alrededor de tantas y tantas situaciones ambiguas y contradictoras de la vida, aunque al menos eso les lleve a la configuración de su propia personalidad y madurez, a la espera de que la mayor racionalidad superior acabe imponiéndose.

     Por tanto hay que estar preparados para adelantarse en el entrenamiento de las mentiras de los hijos, que por otra parte a veces nos llaman con una simple mentira, como cuando se quejan de un dolorcito o se les ven síntomas conductuales para reclamar nuestra atención. Tienen que aprender a mentir con sensatez y cuando proceda, porque muy a menudo la mejor forma de conseguir un sí, es primero decir un no, aunque eso sea una mentirijilla.

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Blog sobre los retos del desarrollo neuronal de los niños en una sociedad cada vez más exigente

Sobre el autor

Neuropediatra, Doctor en Medicina y Cirugía. Fundador y Director del Instituto Valenciano Neurología Pediátrica (INVANEP). Ex Jefe del Servicio de Neuropediatría del Hospital Universitario La Fe de Valencia (desde 1978 hasta 2013). Ver CV completo


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