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Fernando Mulas

Mi hijo me llama

COMPAÑEROS DE VIAJE

      Los modelos comportamentales de otras personas pueden proyectarse como referencias para futuras actitudes propias, suponiendo, sin quererlo, un aprendizaje inconsciente. Cada uno es un reflejo de los códigos implícitos en sus genes, pero a sus vez éstos están muy condicionados por los factores externos y experiencias, conscientes o no, que finalmente modulan los comportamientos individuales.

     Aquella pareja representaba sin quererlo uno de esos modelos que con los que a veces nos topamos en la vida, que desprenden admiración con tal sutileza y buen hacer que ni siquiera despiertan envidian entre los que los rodean, algo inaudito para los tiempos competitivos que corren.

     Formaban parte de un grupo de viaje, la mayoría desconocidos entre si, donde los primeros encuentros son a veces esquivos y otros demasiado abiertos de forma poco congruente. Los comienzos habituales suponen esperar a ver cómo se comportan los demás, a la vez que se analizan mutuamente sus integrantes, para valorar si su acoplación al grupo será satisfactoria.

     Pero ellos desde el comienzo fueron especiales. Lo fueron porque de entrada su buen porte y presencia no fué particularmente destacado por nadie, aunque todo el grupo percibió claramente su presencia. No hicieron comentarios sobre ellos ni los más intrigantes, siendo su integración algo natural y sin estridencias.

     Aquellas personas estaban siempre en todo y pendientes de todos, pero sin intención alguna de modular al grupo. La sonrisa era una constate en sus caras y la amabilidad era algo natural, sin dejar a nadie en evidencia ni haciendo concesiones gratuitas a las sugerencias inapropiadas. Nunca hubo una sola queja injustificada por su parte, asintiendo siempre a las cuestiones que planteaba la mayoría. Si con ánimo solidario hicieron algún cometario discrepante nadie lo notó especialmente, pues su intervención era habitualmente moduladora y facilitaba poner a todos en sintonía.

     No destacaban en nada salvo por su presencia agradable y una vestimenta impecable y natural. Lo que hacía el conjunto del grupo solía parecerles bien y a aquellos que disonaban sin sentido les ignoraban sutilmente. Jamás se precipitaron para ocupar los primeros lugares de asientos de los autobuses en los traslados, ni tampoco vimos una sola mala cara cuando por su placidez en sus formas de comportarse ocupaban sin desdén la última fila, la que tenía menos visibilidad y en la que apenas se oía al guía.

     Cuando fué el turno de las presentaciones todos sentían curiosidad interior por esta pareja pero sin ánimo mordaz, sino tal vez para escudriñar los fundamentos de su estela para la concordia y el sosiego. Su exposición fue tan natural que apenas nadie percibió detalles chocantes o recordables, solo la sensación placentera que traducía su actitud particular, siempre equilibrados, siempre solícitos, dando con su presencia cohesión al propio grupo, pues todos trataban de imitarles.

     El viaje transcurrió bajo estas perspectivas y poco a poco las afinidades coincidentes permitieron cruces de amistades y la creación de pequeños grupos parejos, relajándose el ambiente y floreciendo el espíritu vacacional del viaje. Nuestra pareja no estaba en ningún grupo especial pero en donde caían, en tal o cual mesa de comida o cena, su integración  era perfecta.

     El grupo era numeroso, casi la cincuentena, y el guía siempre andaba haciendo cábalas con sus recuentos que los demás ignoraban. El final de un viaje supone un incremento del estrés ante lo que acaba y en muchos casos también una pérdida, por la improbabilidad de volver a visitar los mismos lugares, por lo que la mayoría apuran sus apetencias y compras sin hacer mucho caso a los demás. Son momentos de cierto descontrol en los que se pierden las referencias de las personas y del grupo, excepto para el guía cuyos contajes son entonces más necesarios.

     Al ir a partir de vuelta hacia el aeropuerto el guía recorrió varias veces el autobús, arriba y abajo, tratando de aclarase con el recuento porque tenía la sensación de que le faltaban dos personas. Repasó la lista sin poder precisar quiénes eran, porque estaban todos los del listado que tenía en sus manos. Recordaba vagamente dos personas como entrañables pero no podía perfilar su cara y características. Algo embarazado preguntó a los de las primeras filas si echaban de menos a alguien, con resultados negativos. Se corrió la voz y todos comentaban entre sí que tenían la misma sensación de que faltaba alguien, pero esa vaga percepción general no se pudo plasmar en una referencia concreta respecto a la pareja referida al comienzo.

     El autobús partió lentamente hacia el aeropuerto y en el ambiente quedaba la duda de si estábamos todos. Poco a poco estas ideas se fueron disipando pensando en la vuelta, los regalos, los recuerdos, o tal vez si uno se había uno olvidado algo o si llevaba los billetes en su equipaje. Desde la última fila yo contemplaba el autobús como un túnel en donde sobresalían las coronillas de los compañeros de viaje, absorto en estas reflexiones y convencido que algo había estado pasando.

      No puedo racionalizarlo pero quiero percibir que de alguna manera estos personajes de referencia estuvieron con nosotros. Tal vez fué la proyección de cada uno en el afán de destacar un modelo ideal, percibido en una y mil experiencias previas, con el fÍn de mejorar nuestra actitud hacia los demás. Mas probablemente debió ser que se aglutinaron en esta pareja las cualidades que individualmente percibimos en muchos de los integrantes del grupo, pues siempre se aprende mirando a nuestro alrededor. En todo caso la percepción de esas sensaciones y comportamientos ejemplares de unos u otros sirven parar racionalizar que debemos esforzarnos por sacar lo mejor de nosotros mismos en nuestras relaciones sociales.

     La actitud de ésta supuesta pareja de compañeros de viaje posiblemente difiera en muchos casos de la estricta realidad, pero posiblemente sea útil para que quien lea estas líneas pueda asumirla como un modelo propio o que sirva de referencia para las enseñanzas a sus hijos. Todos podemos aprender a ser mejores personas facilitando que la vida de los demás sea más agradable, haciendo así más felices a los que nos rodean y consecuentemente a nosotros mismos.

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Blog sobre los retos del desarrollo neuronal de los niños en una sociedad cada vez más exigente

Sobre el autor

Neuropediatra, Doctor en Medicina y Cirugía. Fundador y Director del Instituto Valenciano Neurología Pediátrica (INVANEP). Ex Jefe del Servicio de Neuropediatría del Hospital Universitario La Fe de Valencia (desde 1978 hasta 2013). Ver CV completo


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