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Fernando Mulas

Mi hijo me llama

INFINITO CONCEPTUAL

     El mundo infantil y consecuentemente el futuro del cerebro del niño cuando llega a ser adulto, está condicionado por las circunstancias y los aprendizajes que recibe, completándose así progresivamente los circuitos sinápticos cerebrales que configuran los procesos madurativos propios de cada persona.  Las percepciones que vamos recibiendo desde los primeros meses de vida configuran experiencias que se asimilan subjetivamente por el cerebro de forma irrepetible y diferenciada, configurando de forma impredecible las ideas propias.

     Los enseñantes de los niños, idealmente sus padres, van modulando con sus influencias los conceptos que condicionan su forma de pensar para toda la vida, aunque  vayan interpretando a su manera  la realidad del mundo que les rodea. Sin embargo a pesar del celo que los propios padres y profesores ponen para modular el comportamiento y las ideas concretas de los pequeños sobre algunos conceptos, muchos de éstos encuentran dificultades para arraigarse en los niños, posiblemente porque ni siquiera los propios adultos los entienden.

     Tal y como se comportan muchos adultos dan a entender que creen que los niños pueden asumir cualquier tipo de historias, por más simples que sean, sin reparar en el rechazo que supondrá para ellos un análisis  racional en edades posteriores. Cuando uno era pequeño en determinadas enseñanzas religiosas te ponían ejemplos sublimes para analizar lo inconmensurable de algunos conceptos, como es el del infinito.  

     Para explicar ese concepto algunos te decían lo que supondría caer de por vida, después de la muerte, a uno u otro lado de la raya que separa el bien del mal. La amenaza siempre era cohercitiva cuando uno se arriesgaba a caer del lado del infierno, debiéndose evitar todo aquello que entonces se consideraba pecado, como los malos pensamientos o los tocamientos propios y ajenos.

     Imaginaros, decían, ir al infierno para toda la eternidad, el infinito.., ¿y que es el infinito?, era la pregunta que se lanzaba y de inmediato se contestaba con ejemplos: una hormiguita dando vueltas miles de veces alrededor del perímetro de la tierra, ¿cuánto tardaría?.. o un niño, como tú, que quería con su palita de playa vaciar los océanos, ¿cuánto tardaría?.., pues hijo mío, eso sólo es el comienzo del infinito..

     Si establecemos ahora un parangón de algo todavía inescrutable, casi infinito, inalcanzable en su máxima explicación, podemos poner como ejemplo el cerebro, el órgano sublime de la racionalidad humana que alberga millones de neuronas, unos cien mil millones, enlazadas entre si por decenas de miles de kilómetros de ramificaciones dendríticas, cuyo funcionamiento completo aún no conocemos ni las posibilidades del potencial desarrollo del mismo.

     Tal vez sería mejor optar por explicar algunos conceptos con ejemplos más reales relacionados con la vida misma. Cuando el niño va llegando a la preadolescencia se va percatando de la complejidad de su pensamiento, del horizonte inalcanzable que supone comprender su propia forma de actuar y la de los demás, de sus apetencias inexplicables y de sus propios sentimientos, muchas veces encontrados.

     Si cuando corresponde proponemos a los niños como concepto del infinito nuestro propio cerebro humano tal vez no lo asuman adecuadamente en los primeros estadíos, pero con el tiempo percibirán que para nada les dimos un ejemplo fatuo. Si miramos hacia dentro de nuestro cerebro contemplaremos un mundo mágico donde reside la inteligencia, el progreso lento e inescrutable de la humanidad y de las civilizaciones, así como la posibilidad de ser feliz y de amar, ¿acaso eso no es el infinito?. 

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Blog sobre los retos del desarrollo neuronal de los niños en una sociedad cada vez más exigente

Sobre el autor

Neuropediatra, Doctor en Medicina y Cirugía. Fundador y Director del Instituto Valenciano Neurología Pediátrica (INVANEP). Ex Jefe del Servicio de Neuropediatría del Hospital Universitario La Fe de Valencia (desde 1978 hasta 2013). Ver CV completo


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